Claros y oscuros

“Tengo principios”, dijo el hombrecito, no supo explicar si eran buenos o malos, fríos o calientes, tercos o tolerantes. El estaba cómodo en su zona de principios. No le importaban los medios ni los finales.

“Tengo medios”, replicó otro exponente del engranaje. No supo explicar si eran correctos o incorrectos, de oro o de bronce, interesados o desinteresados, de comunicación o de desinformación. Se sentía feliz con sus medios, no le importaban los principios ni los finales.

Tengo finales”, gritó un tercero en discordia. No supo explicar si eran felices o desgraciados, pensados o imprevistos, pacíficos o violentos. Se sentía un dios con sus finales, no le importaban los principios ni los medios.

Claros y oscuros de una sociedad partida en dos, en tres, en cuatro.

“Conozco de principios, de medios que justifican los fines, y de fines que sorprenden porque van más allá de los principios y los medios”, expresó una cuarta pieza de la gran maquinaria social.

Fue la pieza que nadie quiso escuchar, la desclasada, la atrevida, la que tenía la osadía de cuestionar la validez de los espíritus contentos, o infelices, con sus creencias, pero con la soberbia suficiente para defenderlas a toda costa y pregonarlas a los cuatro vientos.

Fue la pieza que sabía, por experiencia que ciertos principios, ciertos medios y ciertos finales pueden terminar arrasados por el ojo de un huracán.

Depositados sus restos en el profundo pozo de una grieta. Sumidos en la oscuridad, alumbrados apenas por la llama temblorosa de una vela.

Imagen de pradippal en Pixabay 

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