La celeste y blanca en el centro de la escena

Fue una semana de “10” para Argentina. Estuvo en el podio de los países del mundo con relación a personas vacunadas cada 100. El ritmo sostenido de vacunación la llevó al primer lugar, superando a Italia, Francia, Alemania, China y Brasil, entre otros. Una noticia alentadora en el complicado escenario que generó el COVID-19 y sus variantes

La pasión del fútbol, el deporte favorito de la mayoría, se sumó a las buenas nuevas. Tras 28 años de espera, el capitán del seleccionado Lionel Messi levantó la Copa América en el estadio Maracaná de Río de Janeiro.

Entre los hilos de la tristeza, la alegría vistió su traje de gala para traer una cuota de felicidad a un pueblo sufriendo la crisis. La gente salió con sus banderas a festejar desafiando al virus. Un desahogo, la necesidad de disfrutar de los pequeños placeres de la vida, vedados durante varios meses por la pandemia.

Paradójicamente, saltaron voces en contra del fervor popular, las mismas voces que organizaron cientos de marchas violando las normas impuestas por la cuarentena.

Fue una semana de “10” para la mayoría y una semana de poca calificación para la minoría.

Los críticos siguieron desplegando sus alas, tratando de empañar la felicidad momentánea del pueblo. Es parte de la cultura del enfrentamiento que arrastramos desde el nacimiento de la Patria.

La visión entre el centralismo y el interior. El poderío de los que pretenden un país para pocos, marginando a los menos privilegiados. La pandemia puso sobre la mesa lo mejor y lo peor de los llamados humanos.

Lo mejor y lo peor de una dirigencia sectorial que no ha resuelto sus odios y resentimientos volcados en todo lo que tenga connotación popular, con todo lo que tenga impreso el sello de un país independiente y soberano.

Día de la Patria

El 9 de Julio de 2021 Argentina celebró el Día de la Independencia. Con sencillos actos, sin movilizaciones, los gobiernos recordaron el acta firmada en Tucumán en 1816.

“Todos los días peleo contra los que quieren ver a la Argentina arrodillada”, dijo el presidente Alberto Fernández al encabezar el acto central.

Una frase que sintetiza la dura oposición que tiene el gobierno desde el mismo día que asumió. Una batalla que no da tregua y se agudiza a medida que se acerca el comienzo de la campaña electoral.

El mismo día que el país festejaba el Día de la Patria, un grupo quemaba barbijos y vacunas en el centro de CABA. El mismo día de la celebración tan cara a nuestros sentimientos, un grupo de productores acaudalados le quería torcer el rumbo al presidente con una manifestación que mostró a la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, montada a caballo, erigiéndose en la abanderada de los que miran más “tierra afuera” que tierra adentro.

No sorprende. Son descendientes de los personajes que, en 1816, pretendían imponer a la fuerza el pensamiento porteño.

Un poco de historia: dos miradas distintas

El historiador Felipe Pigna relató que en esos días de julio, hace 205 años, “San Miguel de Tucumán era una pequeña ciudad de 12 manzanas. Desde lejos podían verse las torres de las cuatro iglesias y del Cabildo. Los tucumanos, unos pocos miles por entonces, tenían una vida tranquila que se animaba al mediodía, cuando el centro se poblaba de carretas, vendedores ambulantes y gente que iba y venía entre las pulperías y las tiendas. No faltaba el azúcar para el mate ni tampoco algún cantor que animara a la gente con una zamba.

Por las noches había tertulias como en Buenos Aires, pero a las 10 el toque de queda les recordaba a todos que estaban en zona de guerra y que había que refugiarse en las casas”.

En las calles la copla popular decía: “Tan pobre es la Patria que, como Jesús, no tiene lugar para nacer”.

Efectivamente, se buscaba una casa para hacer la reunión. “El Congreso sesionó en la casa de doña Francisca Bazán de Laguna”. La famosa Casa de Tucumán que todos hemos dibujado alguna vez, en nuestra infancia.

“En la sesión secreta del 6 de julio de 1816, Belgrano, que acababa de llegar de Europa tras su fallida misión, propuso ante los congresales de Tucumán que, en vez de buscar un príncipe europeo o volver a estar bajo la autoridad española, se estableciera una monarquía moderada, encabezada por un príncipe inca”, cuenta Felipe Pigna.

La mención del “inca” activó el rechazo de los enamorados de las monarquías europeas.

Para los porteños, la coronación del inca era inadmisible y ridícula. “El diputado por Buenos Aires, Tomás de Anchorena, dijo que no aceptaría a un monarca de la casta de los chocolates, a un rey en ojotas, y propuso la federación de provincias a causa de las notables diferencias que había entre las distintas regiones”. (Felipe Pigna en una nota publicada en el historiador.com.ar).

Un rey en ojotas. Así veían a los originarios los diputados centralistas. Así calificaban, con desprecio, a los verdaderos dueños de la tierra americana.

Finalmente se firmó el “Acta de la Independencia”.

La discriminación sigue

El derrocamiento del expresidente de Bolivia, Evo Morales, volvió a ser noticia esta semana. En medio de vacunas, barbijos y fútbol, se conoció una denuncia del gobierno boliviano contra la administración del expresidente Mauricio Macri “por proveer de manera clandestina material bélico al régimen de Jeanine Añez para reprimir las protestas sociales que tuvieron su punto máximo de represión en las llamadas masacres de Sacaba y Senkata”.

La acusación generó una polvareda y un repudio generalizado, teniendo en cuenta la posición de Argentina en defensa de los derechos humanos.

“Mi modelo no está en los que mandan balas de goma a Bolivia. Nunca esperen que firme algo que arruine la vida de los argentinos o que claudique ante los acreedores o los laboratorios”, indicó el presidente Alberto Fernández en el acto central del 9 de Julio.

Los acusados se “lavaron las manos”. “No tengo idea”, “yo no fui”, “es una mentira”, fueron algunas de las frases escuchadas con respecto al tema.

Fernández le pidió disculpas al pueblo de Bolivia porque “un gobierno argentino haya mandado armamento para parar la protesta de un pueblo que se levantaba contra un golpe militar”.

Más allá de las connotaciones que llegue a tener, a nivel judicial, la denuncia del presidente de Bolivia, Luis Arce, una cosa está clara. En 2019, el gobierno de entonces apoyó el golpe a Evo y la asunción de la autoproclamada presidenta Jeanine Añez.

No aceptaron la permanencia en el poder de un dirigente de ascendencia aimara, que defendía la soberanía y la riqueza de su país.

Así como tampoco aceptan que el pueblo pueda disfrutar los momentos de felicidad que nos regaló la selección argentina al conquistar la Copa América, después de 28 años.

Nota: publicada en mi suplemento Mano a mano de El diario del centro del país. Ilustración: Raúl Olcelli

También puede gustarle...