Aniversario con barbijo, alcohol y el maldito virus

Ciento cincuenta y tres años. Lejos quedaron los tiempos de La Posta de Ferreyra. Más de un siglo y medio pasó desde el día en el que el joven porteño Manuel Anselmo Ocampo llegó por estos pagos con su visión ambiciosa y empezó a dibujar la historia de la ciudad que llevaría, por siempre, el nombre de su hija y de la Virgen.

Ciento cincuenta y tres años, un aniversario con barbijo, alcohol en gel y un maldito virus escondido en sus callecitas, en la costa de su río, en los rieles del ferrocarril que la vio nacer.

La niña con ubicación estratégica, pensada como la capital ideal de la República en 1871, creció, fue extendiendo sus virtudes, sus potencialidades, sus ventajas de ser una joya de la pampa “gringa” como la llamaron en su momento.

Lejos quedaron los tiempos de los “malones indígenas”, excusa que dio el expresidente Domingo Faustino Sarmiento para vetar la ley que la declaró capital del país por un día. Argentina cambió, el mundo cambió, la vida cambió. Hoy La Parca, agazapada, juega sus fichas entre las baldosas del empedrado universal.

El 2020 se transformó en un año que pateó el tablero de norte a sur, de este a oeste. El infiltrado vino a desnudar lo mejor y lo peor de un mundo lleno de imperfecciones.

La era de Acuario

Mundo extraño, mundo al revés. Mundo sin rumbo, enajenado, sometido, fisurado. En la década del 60, a mediados del siglo pasado, las movidas, en contra de la violencia, fueron aumentando. Paren el mundo, me quiero bajar, era el grito de una juventud esperando la era de Acuario y rogando amor y paz.

Amor y paz, en pleno odio, en plena guerra. Mundo girando inexorablemente hacia el fin o hacia el comienzo. La gran incógnita: ¿el fin del mundo es el inicio de uno nuevo?

La pregunta, en ese tiempo, hacía su ronda diaria, custodiando el laberinto de los sueños.

Iba y venía entre arbustos y flores. Avanzaba y retrocedía entre luces y sombras. Se movía sigilosamente por la delgada cornisa del cielo prometido y el infierno tan temido.

Qué tiempos aquellos. Esperanza que marchaba por “Los caminos de la libertad” de Jean Paul Sartre, agonía que buscaba consuelo en los rincones del alma pintada por Carl Jung. Incertidumbre que se miraba en el espejo de los libros de Albert Camus.

Mundo extraño. Mundo, cuesta abajo.

Mundo que hoy estalla bajo la mirada invisible del COVID-19.

¿La vida tiene precio?

Nuevamente las incógnitas se presentan. ¿Qué es más importante? ¿Los engranajes de la economía? ¿El cuidado de la vida? ¿La conciencia humana? ¿El amor y la paz?

Cada uno de nosotros tiene su propia respuesta individual. El pensamiento es propiedad de cada ser humano. Pero, vivimos en sociedad y directa o indirectamente somos responsables del prójimo.

“Sé únicamente que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible a estar con las plagas”. Es la frase de uno de los personajes de la novela “La peste” de Albert Camus. Una novela que relata un hecho similar a la realidad que estamos viviendo, tal como rescatamos en columnas anteriores.

Es difícil estar frente a frente con un atacante tan peligroso. Es complicado creer en un peligro que no tiene rostro, ni voz, ni cuerpo físico. Es extraño hasta que te va rodeando y va exigiendo su paga con vidas. Y la vida no tiene precio.

“La muerte es irreprochable, pero la injusticia es indeseable”. Otra frase de Camus.

Cuidarse y cuidarnos

Los datos de los últimos días, el crecimiento del número de contagios, debe ponernos en guardia. Nos obliga, si somos responsables, a pensar en cuidarse y cuidarnos. Los trabajadores de la salud están haciendo un esfuerzo sobrehumano, asumiendo todos los riesgos, trabajando sin pausa por la vida.

En los distintos rubros hay vecinos y vecinas tratando que la ciudad no se detenga.

Del conjunto de la comunidad depende que esta locura que llegó un día, sin aviso, pueda irse en algún momento con el menor costo posible.

El mejor regalo que le podemos hacer a la Villa en este aniversario es cumplir los protocolos, reflexionar sobre el escenario que nos ha tocado atravesar, contribuir a aminorar la circulación, mantener las distancias, usar barbijo.

La lucha contra el virus es desigual. Necesitamos darla por nuestros valores humanos, por el presente, por el futuro de las próximas generaciones.

Por cada personal sanitario que está dando todo de sí para protegernos.

Por cada personal de servicios esenciales que sale diariamente al campo de batalla.

Por cada uno de los que padecen los efectos de la economía.

Necesitamos luchar. Para que este mal sueño se termine.

Y el sol vuelva a brillar, libre al fin de la plaga.

 

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