El desorden del codicioso orden mundial

“También nuestras miradas son incrédulas en esta Pascua de guerra. Hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia”. El saludo del Papa Francisco conmovió a la multitud congregada en la plaza San Pedro. En la misa de la Resurrección, el Santo Padre se refirió al mundo en guerra, a los conflictos existentes en diversos países, a las desigualdades y a los sufrimientos de los pueblos de América Latina “que han visto empeorar sus condiciones sociales”.

El vetusto orden mundial está en un completo desorden. Dos años de pandemia, sumado al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania desequilibra aún más la balanza en favor de los dueños de la batuta capitalista y en desmedro de los pueblos.

Cuando llegó el virus al Planeta hubo muchas especulaciones. “La pandemia nos va a convertir en mejores seres humanos, habrá un nuevo orden, una distribución más equitativa”. Consideraciones, expectativas de un mundo mejor.

No fue así. Los pecados capitales son cada día más capitalistas. La codicia y la avaricia bailan y se dan la mano alrededor del fuego de la ira. Los males salidos de la Caja de Pandora se agigantan y reducen al mínimo la esperanza, esa que quedó encerrada en la famosa caja, esa que es la última que se pierde.

“Nos cuesta creer que Jesús verdaderamente haya resucitado, que verdaderamente haya vencido a la muerte. ¿Será tal vez una ilusión, un fruto de nuestra imaginación? No, no es una ilusión”. “¡Cristo ha resucitado!”, afirmó Francisco y agregó:

“Hoy más que nunca tenemos necesidad de El, al final de una Cuaresma que parece no querer terminar. Parecía que había llegado el momento de salir juntos del túnel, tomados de la mano, reuniendo fuerzas y recursos. Y en cambio, estamos demostrando que tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo”.

Un mensaje político, un llamamiento al amor, a la unidad, a la paz en un mundo manejado por los que no quieren oír, ni ver. En un mundo que, como escribió Sartre, cuando “los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren”.

“No nos acostumbremos a la guerra”

“Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles. Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente, que escuchen esa inquietante pregunta que se hicieron los científicos hace casi 60 años: ¿vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?”, pidió Francisco durante la celebración pascual.

Y de pronto nos preguntamos, como humanos habitantes de esta Tierra, si los responsables de las naciones tienen el poder real o libran una batalla constante con los propietarios absolutos de la torta.

El dinero es el rey, desde los inicios. Por los siglos, de los siglos.

El Papa pidió la paz en Oriente Medio, “lacerado desde hace años por divisiones y conflictos”. Habló del conflicto entre israelíes y palestinos, en el Líbano, Siria e Irak. Pidió también paz para Libia y Yemen, Myanmar y Afganistán. Paz para todo el Continente Africano, especialmente en la zona del Sahel, en Etiopía y en la República Democrática del Congo. Y que no falten la oración y la solidaridad para los habitantes de la parte oriental de Sudáfrica afectados por graves inundaciones.

América Latina

En su mensaje habló de América Latina. “Cristo resucitado acompañe y asista a los pueblos de América Latina que, en estos difíciles tiempos de pandemia han visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico”.

“¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!”, indicó al final de su mensaje ante más de cien mil fieles.

El Viernes Santo convocó a tener gestos en la vida cotidiana que nos permitan aliviar tantos males. “Despertémonos del sueño de la vida tranquila en la que a veces lo hemos acomodado, para que no moleste ni incomode más. Llevémoslo a la vida cotidiana: con gestos de paz en este tiempo marcado por los horrores de la guerra; con obras de reconciliación en las relaciones rotas y de compasión hacia los necesitados; con acciones de justicia en medio de las desigualdades y de verdad en medio de las mentiras. Y, sobre todo, con obras de amor y de fraternidad”.

La democracia condicionada

Hace 35 años, el expresidente Raúl Alfonsín dijo una frase que se grabó a fuego en la memoria de los argentinos. “La casa está en orden”. Fue el domingo de Pascuas de 1987, en un breve discurso ante una plaza colmada de gente en defensa de la democracia.

La rebelión carapintada encabezada por Aldo Rico fue el primer alzamiento militar contra el gobierno democrático. En ese momento, las principales fuerzas políticas se unieron. Dirigentes y pueblo se encontraron en un lazo de hermandad para impedir cualquier intento golpista.

Alfonsín se trasladó a Campo de Mayo acompañado por el referente del peronismo Antonio Cafiero y el líder del Partido Intransigente Oscar Alende, entre otros. “La democracia de los argentinos no se negocia”, dijo Alfonsín en ese momento.

“Para evitar derramamiento de sangre he dado instrucciones a los mandos del Ejército para que no se procediera a la represión, y hoy podemos todos dar gracias a Dios: la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”, expresó en su discurso de Pascuas.

Tuvo que negociar algunos pedidos de los insurrectos, entre ellos la ley de obediencia debida y punto final. La democracia no se interrumpió, pero los golpes vinieron de la parte civil.

Rescato una parte de una nota de Felipe Pigna sobre ese momento histórico del país, tras siete años de dictadura con guerra incluida.

“Mientras los políticos se desperezaban tras tantos años de letargo obligado, la dictadura tuvo tiempo de organizar su retirada. Autoamnistió a los asesinos, estatizó la deuda externa de los grandes deudores privados y posicionó extraordinariamente a los llamados ‘capitanes de la industria’ en realidad la burguesía prebendaria argentina que había vivido del Estado y que había terminado de moldearlo a su imagen y según sus necesidades.

Decía por entonces el ministro de Economía de Galtieri, Roberto Alemann, que el próximo gobierno democrático estaría tan inhibido para actuar que virtualmente estaba condenado al fracaso. Ellos se habían encargado de dejarnos un país minado.

En esas condiciones renació la democracia, limitada y amenazada por el poder real, que se arrogaba y arroga el poder de veto de cualquier política económica y social que pueda lastimar apenas su parte de la torta.

A esta burguesía prebendaria y ausentista sería injusto llamarla nacional por el solo hecho de haber nacido sus miembros en algún sanatorio local. Carecen de todo apego a lo autóctono, lucraron y lucran con el hambre de sus compatriotas en quienes ven en el mejor de los casos, no a un cliente, como las verdaderas burguesías nacionales, sino a un sujeto al que explotar y estafar”. Hasta aquí el relato del historiador.

Pasaron más de 38 años desde la recuperación de la democracia y ese poder económico sigue actuando abiertamente, sin importarle el hambre del pueblo, lucrando sin límites con los alimentos, con las necesidades básicas de sus “compatriotas”.

La democracia sigue limitada y amenazada. Para reducir el peligro se necesita unidad, gestos de paz, acciones de justicia en medio de las desigualdades, verdad en medio de la mentira, como describió Francisco.

Necesitamos encontrar la esperanza que anda perdida entre los siete pecados capitales, cada día más capitalistas.

¡Felices Pascuas!

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