En el país de la libertad

Búsquenme donde se detiene el viento, donde haya paz o no exista el tiempo, donde el sol seca las lágrimas de las nubes en la mañana. Búsquenme, me encontrarán en el país de la libertad.

León Gieco

La ficción enfrenta un duro combate con la realidad. El mundo artificial, construido durante siglos, se va desmoronando atacado por un virus que nadie sabe como entró de polizonte a la nave planetaria manejada por unos pocos.

Los villanos y los superhéroes de películas, se fusionan en seres que no encontraron el sentido de la vida en medio del sueño americano, que termina siendo una pesadilla.

En el país de la estatua de la libertad no hay paz, el sol no logra secar las lágrimas de las nubes de la mañana.

El ataque sistemático a la vida, el racismo, la discriminación, la desigualdad se muestran, sin ropaje, en las calles del país acostumbrado a dominar el mundo a su antojo, invadiendo territorios, fabricando guerras, imponiendo gobiernos en nombre de la democracia.

Hoy, paradójicamente, En Estados Unidos, el ejército está en las calles enfrentando a su propio pueblo, reprimiendo a los habitantes del país de la libertad con la antorcha apagada.

El monstruo se muerde su propia cola

Estados Unidos es el monstruo que se devora a sí mismo. Es el uróboro que se muerde su propia cola, enceguecido por un liderazgo aterrador, sin ningún tipo de valor ético y moral. Un presidente llamado Donald sin rasgos de empatía, delirante, cuyo único mérito fue tener riqueza material tapando el rostro de la pobreza, de la miseria de sus valores humanos.

El Corona virus llegó, al parecer, para exponer con crudeza las desigualdades eternas, la deshumanización de la llamada humanidad, la desnudez de los reyes, con corona, de un Planeta que ha sufrido la impiedad del hombre sumergido en su propio lodo amasado en la ambición, la codicia, la gula financiera, la soberbia, el odio.

Los pecados capitales, son los pecados de un capitalismo descontrolado, descorazonado, infectado.

El 25 de mayo del 2020 es una fecha que puso a Estados Unidos, desunidos, entre las cuerdas de su propio ring de inmoralidad. La inmoralidad construida en nombre la moralidad, la tiranía forjada en nombre de la democracia, la pesadilla instalada bajo el lema el sueño americano.

La muerte de George Floyd, el afroamericano de 46 años de edad, víctima de la policía de Minneápolis, generó las manifestaciones condenando al racismo que le explota por los poros a dicho país que se cree el Amo del Universo.

“No puedo respirar”, dijo Floyd en el suelo soportando la presión de la rodilla del policía durante 8 minutos. El vídeo se viralizó y la indignación se metió en las venas de millones de personas cansadas de este tipo de prácticas.

Ese grito “no puedo respirar”, tuvo eco en diversas localidades del mundo. Las protestas se extendieron, inundaron las calles, el hartazgo se expresó. Saqueos, medio de comunicación atacados, la Casa Blanca vallada, la Guardia nacional con orden de disparar. En pleno corazón del “perfecto” Estados Unidos, del brazo ejecutor de la desestabilización en diversos países.

“Quita tu rodilla de nuestros cuellos”

“La historia de George Floyd ha sido la historia de los afroamericanos, porque desde hace 401 años, la razón por la que nunca pudimos ser lo que queríamos y soñamos es que mantuviste tu rodilla en nuestros cuellos… Es hora de que nos pongamos de pie en el nombre de George y digamos: ¡quita tu rodilla de nuestros cuellos!”, señaló el reverendo que ofició el funeral de Floyd el pasado 4 de junio.

Floyd es, en medio de la pandemia, la bandera de rebelión de los pueblos cansados del sometimiento, de la opresión, de la falta de oportunidades. Pueblos agotados de los abusos del poder de una minoría perversa que domina a través del miedo.

El Corona virus, puso el mayor valor en la vida. Hizo el contraste con los líderes que se alimentaron de la muerte.

Líderes que no dudaron en asesinar inocentes, arrojando bombas, misiles por doquier para apropiarse de las riquezas ajenas.

Y hoy no dudaron en mandar a la muerte a sus habitantes en plena pandemia. Hoy cuentan cadáveres haciendo honor a la economía. Sin embargo, tienen millones de desempleados y fuertes caídas del PBI.

El Covid 19 no perdonó.

“No tenemos un rey Trump, tenemos un presidente”, señaló en su momento el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo, recordando la autonomía de los estados, tomando sus propias decisiones contrapuestas a la Casa Blanca.

De pronto, para sorpresa de muchos, el único rey es el virus invisible.

Un rey que, desde las sombras, saca a relucir las fallas de la gran maquinaria política, social, económica que destruye y expulsa sin consideración a millones de personas.

¿Tendremos un mundo diferente?

La pandemia, con todo su horror, ¿nos permitirá diseñar un mundo diferente? Imposible saberlo. Los seres humanos tenemos la gran oportunidad de encontrarnos con nuestra propia existencia, indagar sobre el sentido de ser, de vivir sin prisa, de cuidarnos y cuidar al prójimo.

Podemos, pensar en salir del agujero negro de una sociedad que cada vez más debe usar, o gastar, su breve paso por el mundo para sostener la perversidad de los “grandes” y tiene menos espacio para pensar en sí misma y en los valores esenciales de una comunidad.

Cambiar el mundo, requiere que empecemos por nosotros, por nuestro entorno.

Iniciar un camino, construyendo ladrillo por ladrillo la cultura de la solidaridad, despojándonos tramo por tramo del individualismo que nos ha llevado convivir en un clima de injusticias, de sin sentidos, de sin razón, de escaso amor y abundante odio.

Cambiar el mundo, precisa de nuevos liderazgos imbuidos de los valores más nobles.

El Corona virus nos dejará un aprendizaje, sin duda. De nosotros depende asimilarlo, comprenderlo y ponerlo en práctica.

Tal vez el mundo siga siendo el mismo, tal vez no. Pero, nosotros seguramente seremos mejores humanos humanistas.

Esta nota es de mi suplemento Mano a mano de El Diario del centro del país. Ilustrada por nuestro compañero Raúl Olcelli

 

También puede gustarle...