Terminator y Sarah Connor
- “El FMI es zurdo”, gritó el hombre con su ley bajo el brazo. Subido a una tarima para poder llegar al micrófono instalado, para una persona de alta estatura, arremetió contra lo que consideraba la Fábrica Maoísta de Indigestados.
El tipito estaba convencido que el socialismo había llenado demasiados estómagos que debían permanecer vacíos y había provocado una indigestión a nivel mundial.
“Vengo a salvarlos del exceso de comida”, aseguró abriendo y cerrando los ojos porque padecía de fotofobia y la luz del escenario lo encandilaba.
En la platea se miraban de reojo. La mayoría no tenía idea quién era el expositor ni lo que decía. Una señora, zurda, interrumpió al grito: “Millones tienen hambre”.
En la segunda fila, un señor de sombrero, lanzó un “Fuck you” y a su lado un infiltrado con camiseta celeste y blanca cantó: “La patria no se vende, no se vende”.
El conferencista, con su ley bajo el brazo, se quedó un poco desconcertado. No le gustaban las interrupciones, odiaba los opositores, necesitaba aplausos. Muchos aplausos, todos los que nunca recibió en su triste vida.
Por un minuto pensó bajarse de la tarima, pero sintió vértigo. Miró a su apoyo espiritual que estaba a un costado y continuó balbuceando el discurso que le habían dado.
“Vengo del futuro apocalíptico para salvarlos. Soy Terminator.” Se hizo un silencio terrorífico. La hoja de un cuchillo no podía cortarlo. En el fondo del recinto, se escuchó una voz traviesa, seductora: “Y yo soy Sarah Connor”.
La mujer con el rostro tapado por un velo, que el reflector no pudo captar, empezó su oratoria: “Usted viene de un país en llamas, ha destrozado todos los valores, ha enviado a millones a la pobreza, defiende a los corruptos y lavadores de dinero. Usted no tiene entidad moral, es un siervo.”
Otra vez el silencio. Los brotes verdes del vip desaparecieron. Los invitados al banquete desconocido hicieron mutis por el foro. Y en la sala, en penumbras, permanecieron un grupo de rebeldes, patriotas, amantes de la celeste y blanca.
El tipito se desconcertó, pidió que bajaran la luz blanca que lo enceguecía, llamó a su custodia.
No lograba entender por qué no lo querían. No lograba entender por qué lo habían engañado con falsos premios.
No lograba entender por qué no podía recibir el premio Nobel de Economía.
No lograba entender, por qué necesitaba ayuda.
Se lo llevaron, con engaños, y le hicieron creer que “era el mejor del mundo”.
En las sombras, estaba la realidad, la Sarah Connor, la consigna de “la patria no se vende”.
En el Fondo, que no era el FMI, estaba la verdad que no quería ver, que le ocultaban, que lo llevaría al fondo. Al verdadero fondo.
Fin.
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