Un tiempo para amar, un tiempo para odiar

“El amor vence al odio”, la frase que se infiltra en modo esperanza desde hace un tiempo, viene rodando desde hace siglos con su raíz bíblica, su tronco proverbial y sus frutos en el árbol de la vida y del poder.

El rey Salomón, de acuerdo a la leyenda pidió a Jehová sabiduría para gobernar y según los textos bíblicos el Supremo Padre se la otorgó, fue un premio para su humildad.

La historia, tal como la cuentan, lo pinta como un monarca sabio y alejado de lo bélico.  Eran tiempos de crudos enfrentamientos.

Más allá de la historia del hijo de David, su harem y su gloria, me resultó interesante una de las frases que cuentan salió de su boca:

“Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para edificar y un tiempo para derribar, e incluso un tiempo para amar y un tiempo para odiar.” (Eclesiastés 3:1-9).

Un tiempo para derribar, un tiempo para edificar. La pregunta del sabio fue ¿qué sentido tenía esforzarse, trabajar duro? Si hay un tiempo para todo.

Viendo los acontecimientos del mundo, de la región, del país, de nuestra propia historia personal vale, tal vez, preguntarse ¿en qué tiempo estamos?

Somos seres libres, poseemos el pensamiento, la capacidad de sentir, el deseo de ser indiferentes, la posibilidad de elección, la habilidad de sobrevivir, la llave para defendernos y la magia para superarnos.

¿En qué tiempo estamos? De nosotros depende reconocerlo, identificarlo. Y volvemos a la frase principal ¿somos el amor que vence al odio, somos el odio que triunfa sobre el amor, o somos nada, somos indiferencia?

Tremenda encrucijada. Porque las respuestas no están atadas a una ideología política en especial. Las respuestas están alineadas, sin hablar de los astros y de la injerencia planetaria, a nuestra condición humana, a nuestra sensibilidad humana, a nuestra raíz humana.

Esa esencia que nos alimenta no es de derecha, ni de centro, ni de izquierda. Ese fluido que nos motiva no puede ser definido, etiquetado, estereotipado, embargado, rematado, catalogado, espiado.

No puede ser exhibido en la góndola, encerrado entre rejas, agraviado por su comportamiento o despojado de su dignidad. No puede incorporarse a un plan de ahorro o venderse en doce cuotas sin interés.

No es un número de expediente, ni aportante a la Caja de Jubilaciones. No tiene Cuit, ni Cuil, no es buen contribuyente ni evasor. No es infiel, ni traidor, no es mercenario.

Ese sentimiento es de otra dimensión. Es lo que libremente elegimos ser. Para bien o para mal.

El que, definitivamente, marcará si el amor le ganará la batalla al odio. O no.

 

Imágenes: Pixabay.com

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