Con la dureza del diamante y la ternura de la flor

Hoy te vi caminando por una cornisa, a un lado la piedra, del otro el precipicio. Hacías equilibrio para no estrellarte contra el muro y para no caer en el abismo. Lo hacías con la cabeza en alto, la espalda erguida, meditando cada paso, pensando en tus hijos.

Te vi con tu vestido celeste y blanco, con el sol en tu pecho, con la mirada transparente fruto del amor, con tu mochila cargada del pensamiento y el coraje de tus héroes. De los que te parieron entre ideales y fuego. De los que no dudaron en morir; desterrados, enterrados, ahogados, injuriados; para asegurarte la vida eterna.

Te vi con un par de lágrimas rodando por tu mejilla y una sonrisa contagiosa en tu boca. Tan fuerte, tan guerrera, tan noble, tan orgullosa y a la vez tan dolorida por tu historia de muertes injustas y de vidas sumidas a la injusticia.

Tan diferente al resto. Temerosa y esperanzada. Con la dureza del diamante y la ternura de la flor.  Con la soberbia de los pequeños y la humildad de los grandes.

Te observé avanzar sin vacilaciones. Confiada, tal vez, en el poder de tu amor de madre. Segura que tu prole, hoy dividida,  no te dejará estrellarte ni rodar. Esperanzada en la fuerza de tus frutos, en el ejemplo de tus raíces, en la robustez de tu tronco, en la sabiduría de tus ramas.

Te vi, mirando a tus vecinos con tristeza,  y no pude evitar emocionarme. Sentí por un momento que podías unirnos con tu abrazo.  Sentí que tenías la llave mágica para hacernos entender que si nos reconocemos como hermanos podremos salvarnos y salvarte.

Necesitamos esa llave Madre Patria. La necesitamos, porque tus hijos, aún desorientados, te amamos.

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