Después de la tempestad, una tensa calma
Tenemos la capacidad de reflexionar en medio de una tormenta?
¿Tenemos la habilidad humana de controlar nuestras pasiones cuando la arena nos nubla la vista?
¿Somos acaso seres emocionales con razón o seres razonables con emociones?
Preguntas sueltas o atadas en una semana complicada, de pujas por el poder, de egos desquiciados, de presiones y reacciones.
Una semana de enfrentamientos, de lenguas desatadas, de rajaduras, de conflictos dirigenciales, de una mayoría que es mera espectadora de una batalla a la que no fue invitada.
¿Qué nos pasó, tal vez se pregunten los principales líderes del peronismo mirando detrás de una nube desde arriba, las locuras del abajo?
Preguntas que van y vienen en la sinfonía inconclusa de los que creen saberlo todo, de los supuestos dueños de la verdad, de los apropiadores de la mentira.
¿Qué nos pasa, qué nos pasó, qué nos pasará?
Es muy complicado, escribir, analizar, reflexionar en medio de una tormenta impensada. En uno de sus libros, el escritor japonés Haruki Murakami habla sobre la tormenta.
Murakami escribió: “A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y no guarde relación contigo”.
Y de pronto, completa su mirada expresando que “cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena”.
Rescato este párrafo genial, porque hace años que vivimos en medio de una tormenta y cuando salgamos de ella no seremos los mismos.
Venimos de un tornado económico desde 2019. “Nos dejaron un país hecho percha”, dijo un importante dirigente peronista a nivel nacional. No es una frase tirada al azar, los datos son claros e irrebatibles.
El actual Gobierno tomó las riendas de la gestión y en tres meses se presentó, sin previo aviso, el octavo pasajero de la nave los pecados capitales. Golpeó la puerta del mundo, “supuestamente ordenado”, la pandemia.
¿Quién puede desconocer esa realidad global? Nadie, quien lo haga es un necio.
El Gobierno, con todos sus errores y aciertos, se abocó a controlarla. Fortaleció el sistema de salud, implementó restricciones desagradables e invirtió muchos recursos en las vacunas y en controlar, con ciertas limitaciones, las consecuencias del daño económico.
¿Fue suficiente? Parece que no.
“Los resultados de las elecciones son muy injustos”, analizaron parte de los integrantes del Ejecutivo del Frente de Todos.
Te lo fundamentan tirando datos. “Se tomaron muchas medidas, se invirtió una suma enorme en vacunas, la economía se está reactivando, los números son esperanzadores, vamos por buen camino”. Son las frases que se escuchan en el entorno del Ejecutivo.
La hoguera de las vanidades
Pero, la política siempre está expuesta a las pujas de poder y a la hoguera de las vanidades. Cuando la derrota muestra su rostro, aparecen las diferencias. Es lo que pasó, después de los comicios del 12 de septiembre. El presidente se hizo cargo de la derrota, no fue suficiente.
El ala “dura”, por así decirlo, fue por más. ¿Estuvo bien o estuvo mal?
Quién puede asegurarlo. La cuestión es que dos días después de las elecciones hubo una reunión entre Alberto y Cristina.
Según los comentarios de diversas fuentes, el presidente analizaba los cambios sin perder de vista la tranquilidad que “debía llevar al país”. “Era impensado remover el equipo económico en medio de una negociación por la deuda, hubiera sido un salto al vacío”.
El miércoles, cuatro funcionarios del riñón de Cristina pusieron a disposición su renuncia mediante un escrito enviado a los medios y sin previo diálogo con el jefe de Estado.
Fue una maniobra dolorosa. Los que encabezaron la movida, “nos vamos”, fueron cuatro ministros Wado de Pedro (Interior); la titular del PAMI, Luana Volnovich; la jefa de ANSES, Fernanda Raverta, y Roberto Salvarezza, de Ciencia y Tecnología.
“Fue un día muy agitado, otros ministros se comieron la curva y salieron a presentar su renuncia, cuando todos la habíamos puesto a disposición del presidente en forma inmediata”, contó un integrante del Gabinete.
Hubo una jugada para presionar a fondo.
Una jugada que le costó, demasiado, a una persona de confianza, hasta ese momento, del presidente: Wado de Pedro.
Un dirigente que Cristina, en su carta, reconoció que no lo quería como jefe de Gabinete a pesar de que era el elegido de Alberto para ese cargo.
¿Por qué sacrificaron a Wado? Otra pregunta sin respuesta. El ministro del Interior quedó en su cargo, pero sin el poder que tenía antes de la tempestad.
Una inyección de peronismo federal
La mayoría que está sufriendo, anímica y económicamente, los estragos de la pandemia, entiende poco, o nada, las internas políticas. Un vecino que viene batallando con sus propios problemas observa con asombro las peleas en las redes sociales de los responsables de gobernar.
A la mayoría no le importa, el enojo de Cristina plasmado en una carta o la supuesta defensa de Alberto a las presiones. A la mayoría no le interesan las tonterías de la oposición que jamás se hizo cargo de sus errores.
La mayoría espera soluciones a sus graves problemas. La plata que no alcanza, los precios que se van por las nubes, los ingresos bajos, la necesidad de trabajo, la defensa de sus derechos, la promesa de una justicia social que hace años viene reclamando y no se logra.
Al Gobierno “le hace falta más peronismo”, me dijo un amigo. Le pregunté ¿qué clase de peronismo le hace falta?
Un peronismo federal. Y el nuevo jefe de Gabinete, Juan Manzur, representa eso. De ahora en más será el hombre político del gobierno, el que manejará la relación con los gobernadores.
Los ministros que jurarán, en la tarde de hoy son experimentados, con perfil ejecutivo. Están acostumbrados a ser pilotos de tormenta.
La coalición de gobierno sigue unida, la relación entre las partes ya no será la misma.
Las palabras, cuando hieren, no se las lleva el viento. Quedan flotando en el enrejado de la tensa calma que llegó después de la tempestad.