Después de tantas carreras, llegó el momento de vivir sin prisa
Corrí tanto en mi vida. Corrí detrás de los sueños, corrí para ser cada vez más responsable, más inteligente (ilusión) y perfecta. Corrí para sostener mi hogar, para calmar mis dolores, para saltar los obstáculos, para entender la vida.
Corrí. Como corren los locos, como corren los cuerdos, como la liebre para que no la atrapen, como el galgo para ganar la carrera de otros. Corrí para llegar a concretar mis ideales, corrí para escapar de la realidad de un mundo que marcha inexorable por el camino de la injusticia.
Corrí detrás de las noticias, corrí detrás del conocimiento. Corrí, como corremos todos, los pobres, los ricos, los medios, los seguros sin seguro, los inseguros con garantía, los saludables sin salud, los pasivos sin activos.
Corrí como vos, como ustedes, como ellos. Corrí. Buscando sin encontrar, encontrando sin buscar. Llorando a mares, riendo a cielos.
Un día de pronto desperté con las piernas cansadas de tanto correr. Y entendí (a fuerza de golpes) que debía detenerme, mirar el paisaje, contemplar a mi alrededor y sumergirme lentamente en el mar interior. Un día de pronto me dí cuenta que correr no me llevaba a ningún lado.
Que debía parar…
Y entonces, guardé mi traje de atleta y acepté que había llegado el momento de abandonar la pista y vivir sin prisas.
Nota: Lo escribí hace tres años, y lo rescato hoy en este parate por la pandemia
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay