Flotando en la tormenta del mundo líquido
Cada día resulta más difícil nadar en este mundo líquido. Pesan los brazos, al intentar ir contra la corriente de este océano de poder, movedizo, inconstante, violento, abusador.
Abrimos los ojos y un día descubrimos que estamos al borde de una guerra. Por obra y gracia de unos náufragos que se adjudicaron el título de dueños de los mares. Y lanzan misiles, matan sin remordimientos. Exponen a toda la humanidad a un diluvio universal, sin Barca de Noé, sin Noé.
Mientras los millones de seres, todavía vivientes, luchan sin tregua por aprender a flotar. Y por esas cosas inexplicables del destino (sin des ni tino) la gran mayoría permanece en la superficie, aferrada, ligeramente, a alguna rama fugitiva del árbol de la vida.
Por instantes, nada sabemos, todo es una bruma emergiendo del cuerpo de la duda. Y el corazón “bobo” (definición tan argentina) se expande por el bombardeo incansable de la sangre rebelde que viene vaya a saber de qué recóndito lugar del mundo sólido, que alguna vez fue y ya no es.
La razón, que permite sobrevivir en días de cólera, se ve desbordada por el torrente implacable de este mundo flotante, con vientos huracanados con forma de drones, que arrasan los sueños que encuentran a su paso.
Las grandes mayorías no sabemos nadar, sólo aprendimos a golpes a conducir, con grandes limitaciones, una pequeña nave. Y en esa barca llevamos el amor, que es todo lo que tenemos para equilibrar la locura de unos pocos iluminados, sin luces, poseídos por el odio y la codicia.
Y tratamos de ser buenos timoneles, intentamos, nos esforzamos por llegar a buen puerto.
Convencidos que no sabemos nadar y que la opción es aferrarse a esa rama fugitiva del árbol de la vida que flota en medio de la tormenta de este mundo líquido.
Imagen de Johannes Plenio en Pixabay