La independencia con cadenas en una Patria dividida

“Los que sirven a la Patria, deben creerse felices, si antes de elevarles estatuas, no les levantan cadalsos”. Frase atribuida a Sócrates y recordada por Juan José Castelli, entre otros próceres de la Independencia

“Los que sirven a la Patria, deben creerse felices, si antes de elevarles estatuas, no les levantan cadalsos”. Frase atribuida a Sócrates y recordada por Juan José Castelli, entre otros próceres de la Independencia.

A pocas horas de festejar el Día de la Independencia, cabe preguntarse: ¿Qué independencia? ¿La política? ¿La económica? ¿La dependencia de la independencia?

Interrogantes que se concentran en una sola cuestión: ¿Somos un país independiente, en realidad?

En 1816, logramos independizarnos de la corona de España y cualquier otra potencia extranjera, según consta en el acta del Congreso de Tucumán. Pero, la grave situación no nos permitía soñar con libertades absolutas, estábamos en manos de otras potencias europeas. La exportación de materia prima, manejada por Buenos Aires, reportaba enormes beneficios a esa región que prefería importar productos fabricados en otros lares.

“La mayoría de los terratenientes porteños, preferían la ley del menor esfuerzo y la ganancia fácil antes que el aporte para el progreso”. Relato de Felipe Pigna.

Cualquier semejanza con la actualidad, seguramente no es coincidencia. La guerra civil entre Buenos Aires y el interior duró décadas hasta tener una organización nacional. Sin embargo, la dependencia económica con Inglaterra fue el cordón que no se rompió, por la alianza entre el capitalismo de dicho país con los terratenientes y altos burgueses del nuestro.

Pasaron 206 años y agitamos la bandera deseando ¡Feliz Día de la Patria! Y surgen, sin querer o queriendo, nuevas preguntas. ¿Qué Patria celebramos?

¿La Patria productiva, la Patria industrial, la Patria sojera, la Patria financiera, la Patria especuladora, la Patria monetaria, la Patria bimonetaria?

¿La Patria nacionalista, la antinacionalista, la de derecha, la de izquierda, la del centro, la rica, la pobre, la unitaria, la federal?

¡Ay, Patria mía!, últimas palabras de Manuel Belgrano.

Entre estatuas y cadalsos

Los interesados en el conocimiento de la historia, saben perfectamente que la mayoría de los hombres y mujeres que lucharon por la independencia tuvieron tristes finales.

Cuando Juan José Castelli decretó varias medidas revolucionarias, con la inclusión de los originarios, despertó la ira de los ricos, de los criollos, de los españoles que vivían de un sistema que explotaba a los indígenas.

Castelli fue detenido y acusado. Enfermo y con un juicio en su contra recordó las palabras de Sócrates, al igual que lo hizo Monteagudo:   “Los que sirven a la Patria, deben creerse felices, si antes de elevarles estatuas, no les levantan cadalsos”.

Extrañamente, o no, en pleno siglo XXI se hacen marchas en contra del gobierno instalando horcas, bolsas mortuorias, con el nombre de dirigentes, y guillotinas.

La añoranza de regresar a las épocas de la esclavitud.

Tiempos en que el Blackberry, no era un elemento tecnológico, sino una bola negra de hierro con una cadena y un grillete que se le ponía, en el tobillo, a los nuevos esclavos de Estados Unidos para asegurar su dependencia de por vida. No podían escapar de sus campos de trabajo.

La añoranza de regresar a mediados del siglo XX, cuando un peón no podía reclamar nada y muchos menos “atreverse a mirar a los ojos al patrón de estancia”.

Dicen que los pueblos “que no conocen su historia, ni aprenden de los errores del pasado, están condenados a repetirla”.

Maldita condena. “Dudo de que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le cambiarán el nombre”, escribió Marguerite Yourcenar en su libro “Memorias de Adriano”.

¿Dónde está la racionalidad?

Siglo XXI, problemático y febril. En cada palabra, en cada noticia, hay falsedades. Falsean datos, falsean situaciones, gritan, se lanzan acusaciones, susurran chimentos por lo alto y por lo bajo. Destruyen, en lugar de construir.

Molestan las personas calmas, que tratan de no enojarse y razonar. Mejor dicho, molestan las personas racionales.

La política se convirtió en un ring. Y en este aspecto, todos y todas se sienten boxeadores en busca de algún título y necesitan un saco para entrenar todos los días. Siempre, encuentran un saco, con rostro, nombre y apellido, para pegarle y liberarse de las propias culpas.

Boxeadores con mayor cintura, mejores reflejos y aguante, unos. Boxeadores de morondanga, otros. Y en el estadio, un público enardecido, esperando nuevos ganchos de derecha, de izquierda o algún golpe bajo. Esperando el nocaut. El pulgar para abajo, la toalla tirada, los brazos arriba, el festejo de un campeón cuyo destino es terminar en la lona si no se retira a tiempo.

Si los dirigentes no cambian, pronto de deporte, todos y todas vamos a terminar en la lona.

El mundo está enfrentando una ola de violencia que puede derribar al más fuerte. Miremos al Norte, guerra, hambre, tiroteos a mansalva, gobiernos que caen como castillos de naipes, magnicidios aún en países de alta seguridad como Japón.

Miremos hacia nuestro interior, una sociedad enojada, sufrida, luchando con el día y recibiendo mensajes constantes de odio, enfrentamientos, desesperanza.

Realmente, ¿creen? que vamos a salir ilesos de esta locura, sin racionalidad, sin madurez, sin despojo de los egos, sin vocación de recuperar una Patria para todos y todas.

La paz sea con nosotros

En horas de la mañana, los discursos por el Día de la Patria llamaron, de una forma u otra, a la unidad y a la paz.

En Villa María, el intendente Martín Gill expresó: “No tenemos que esperar tanto lo que otros puedan hacer para construir una Patria mejor cada día, no tenemos que esperar de arriba qué es lo que se va a hacer, porque en esa construcción colectiva, todos, desde nuestro espacio, desde nuestro lugar, tenemos mucho para aportar en la construcción de una Patria mejor y más justa”.

En Tucumán, el presidente Alberto Fernández señaló: “Un dato curioso sobre la jornada del 9 de julio de 1816 es que cuando Francisca puso a disposición su casa, no había espacio para todos allí adentro. Entonces tomó la decisión de derribar paredes para permitir el acceso de todos y todas. Esa fue la primera lección en esta casa: para que podamos entrar todos y todas, y llegar a acuerdos que nos unan, hace falta derribar muros”.

Construir entre todos, derribar muros. Lindas palabras, pero la unidad y la paz se logra con hechos y principalmente con ejemplos de unidad en los espacios políticos para enfrentar a los campeones mundiales de la desestabilización.

“Venimos soportando en los últimos meses, pero sobre todo de manera pública y feroz en la última semana, una embestida de los grupos concentrados poderosos que quieren quedarse con toda la renta. Que quieren provocar una devaluación y maximizar sus ganancias con la codicia de siempre”, dijo el presidente en su discurso.

Mientras los grupos concentrados quieren quedarse con todo, mientras el mundo es un torbellino, nosotros discutimos por la cocción de los porotos y siempre encontramos un culpable para convertirlo en saco de boxeo.

La paz sea con nosotros.

Ilustración Raúl Olcelli

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