Preservando el trabajo y la producción
Una organización internacional indicó que Argentina era uno de los cinco países que, en la pandemia, más había preservado el empleo. El dato lo dio el presidente, Alberto Fernández, en su discurso del sábado 23 de mayo.
En ese contexto informó que el Programa ATP destinado a empresas alcanzó a 2.400.000 trabajadores que recibieron en sus cuentas el dinero depositado por el Estado.
Remarcó que el 93% de esas empresas que accedieron al incentivo tienen menos de 25 empleados y que las beneficiarias del plan no pueden distribuir utilidades, comprar acciones, realizar operaciones en el mercado de contado con liqui, ni en paraísos fiscales”.
“Son compromisos que asumen para recibir la asistencia”, aclaró.
Fue una manera elegante de responder los cuestionamientos recibidos por los pedidos de ayuda para el pago de salarios de ciertas grandes empresas acostumbradas a vivir del Estado y a no mostrar ni el más mínimo espíritu solidario con el país.
Los requisitos que deben cumplir los condiciona seriamente en su accionar.
En realidad, pone al descubierto que quieren seguir viviendo del Estado, ese Estado de bienestar que siempre atacaron por ayudar a los más vulnerables. El que les permitió enriquecerse, amasar grandes fortunas, fugar los dólares, mientras la desigualdad crecía a ritmo vertiginoso.
“La pandemia deja al descubierto el horror de la muerte, pero también el horror de algunas almas”, remarcó el presidente
Almas tan oscuras, demasiado oscuras. Almas que van quedando desnudas en el terreno invadido por un virus desconocido, invisible, peligroso.
Un virus que, tal vez, vino a enseñarnos el valor de la vida, de la solidaridad y el miserable precio del individualismo y de la codicia.
Un virus que, tal vez, vino a explicarnos la importancia de un Estado presente, de una política al servicio del pueblo, de la necesidad de líderes razonables, reflexivos, dispuestos a dejar de lado sus intereses personales y trabajar por el bien de todos.
Ojalá sirva, para que podamos construir un país distinto, un mundo distinto.
El país y el mundo que la mayoría de los pueblos nos merecemos.