Borrachos de odio, embriagados de amor
“El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida.” Charles Baudelaire
¿Hasta qué punto el límite de un ser humano es marcado por la maldad? Es un interrogante que anda suspirando por los rincones de un mundo, y de un país, que se mueve al compás del amor, la indiferencia y el rencor.
“El odio es un borracho al fondo de una taberna.” Está allí, recostado en el mostrador, del famoso club “Social red”, pidiendo otro trago. Un borracho escribiendo en los muros sus propias miserias, sus históricos resentimientos. Y en su derrotero delira advirtiendo la posible muerte del “enemigo”, que ganó en buena ley, en manos de la bruja malvada capaz de hacer las pócimas más terribles para quedarse con la corona. La corona que a través de los votos le sacaron al rey del pueblo ebrio de ese sentimiento enfrentado al amor.
En el fondo a media luz de la taberna, no se debate ideas, no se respeta sentimientos, no se observa el dolor del otro. En ese espacio en penumbras, lo único que importa es saciar la sed de su propia individualidad, de su propia clase “aristócrata y con título nobiliario”, que tiene mucho de mobiliario.
En ese espacio fantasmagórico, todo vale. Los insultos más recalcitrantes, las calumnias más inverosímiles, los deseos más perversos. El odio grita “si no es para mí, no es para nadie”. El odio golpea las mesas repitiendo: “Este club es nuestro, los demás son basura”. Este club es nuestro y exclusivo, no apto para “monos que solo quieren bananas”, no apto para “bárbaros de Peronia”.
Sí, tenía razón Baudelaire, el odio es un borracho al fondo de una taberna. En las calles, iluminadas, el amor tiene su fiesta. Sin confiarse, sin bajar los brazos, observando lo que sigue pasando en el exclusivo “Club Socialred”.