El castillo de naipes
Las ilusiones, a veces, me recuerdan el castillo de naipes que hacíamos de niños, cuando no existían los trucos virtuales. Y construíamos puentes, refugios y túneles con las cartas. Siempre agregábamos un piso más, disfrutando la adrenalina de ser más hábiles que los suspiros que podían derrumbarlo. Mientras más cartas, más riesgos, más emoción. En algún momento, la caída era inevitable.
Entonces juntábamos cada una de las figuras, barajábamos y volvíamos a empezar el juego de las ilusiones. Se mezclaban el rey, la reina, el caballo, la sota, las figuras y los números, los oros y las copas, los bastos y las espadas. No importaba el valor extrínseco o intrínseco, todas eran útiles para armar el castillo de las ilusiones.
Eran otras épocas, no existía un botón para eliminar amigos o una tecla para bloquearlos. Las contiendas eran cara a cara, los amores, las broncas, la indiferencia se identificaban en el cruce de las miradas y las diversas emociones ponían en juego todos los sentidos, esos prodigios que nos regaló la naturaleza que hoy están devaluados detrás de una pantalla.
Las relaciones no dependían de un marketing, la política no era manejada por los publicistas de moda, el amor no era una mercancía de oferta en una góndola y las amistades verdaderas atravesaban juntas todas las tempestades siempre dialogando.
No sé por qué esta noche, con mucho placer y cierta nostalgia, volví a construir un castillo de naipes. Las cartas de mayor valor aparente y las de menos valor aparente, se juntaron tan perfectamente que formaron un puente, casi indestructible.
Y mientras por las canaletas dibujadas de la realidad, en las redes sociales, corrían los ríos de la impaciencia, los resentimientos, los odios, las críticas a los gobernantes, pensé en esa “tilinguería” (gracias Jauretche) que nos caracteriza.
Pensé en la capacidad que tenemos, con excepciones, para saber todo y no saber nada. En esa costumbre tan nuestra de opinar, mayoritariamente, sobre los temas más variados. Somos directores técnicos, arquitectos, ingenieros, abogados, grandes profesores, sociólogos, antropólogos, sicólogos. Somos médicos, astronautas, financistas, buitres y ruiseñores.
Sonreí y me dije: también somos solidarios, sensibles, empáticos, soñadores, ilusionistas. Somos como el “junco que se dobla y siempre sigue en pie”, como la cigarra “cantando al sol”. Sobrevivientes de crisis en crisis.
Bajo la luna llena, que nunca pudieron vaciar los mercaderes del mundo, miré esas pequeñas ilusiones ensambladas en una baraja real, donde todas las piezas se mezclan sin distinciones hasta construir un puente indestructible. La observé detenidamente y pensé que nadie podría derrumbarlas.
Porque las volveríamos a construir una y otra vez y otra vez y otra vez.
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