El tiempo, ese niño joven y viejo que nos habita
“El tiempo es un niño que juega como un niño. Yo soy uno, pero contrapuesto a mí mismo, soy joven y viejo al mismo tiempo.”
Una definición de Carl Jung que he tenido grabada en mi memoria y rescato cuando descubro, por milésima vez, que con los años consumí gran parte de mi batería y el antivirus no ataja ni la mitad de los ataques a mi disco duro que cada día se ablanda más.
Y así como al pasar, en una noche fría y solitaria, volvés a pensar que ese tiempo, ese niño, te observa de reojo con espíritu travieso. Con astucia te muestra, por un lado, el espejo revelador de los años, el cuerpo ya no es el mismo, ya no salta las vallas, ni corre por los tejados, ni logra subir dos escalones juntos, a veces ni uno.
Asoman atrevidas las líneas de expresión (mal llamadas arrugas por los vendedores de plancha), el colágeno, infiel por naturaleza, decide abandonarte para buscar nuevos horizontes y la firmeza de tus zonas emblemáticas, afectada por la devaluación, hace una protesta pidiendo paritarias mientras los políticos se consumen en su propia salsa.
Mejor no mencionar la invasión de adiposidades que merecerían un capítulo aparte porque podrían desencadenar una guerra con final incierto si alguien poderoso sospecha que ocultan riquezas naturales.
Entonces, el uno contrapuesto y cansado de la realidad con siliconas, decide bucear por los caminos intrincados que esconden los ojos, esos espejos del alma, según dicen los gurúes. En esas profundidades todo es diferente. Allí se alojan; sin pagar renta ni impuesto a las ganancias; los sentimientos más puros.
Se refugian las ilusiones, el entusiasmo, la esperanza, la capacidad de ver lo invisible. En esos ríos subterráneos conviven el fuego y el agua, la tierra y el aire, la pasión y la templanza. La curiosidad y la experiencia. En ese misterioso laberinto del alma está el secreto de la vida, el álbum de los abrazos, el baúl de los amores perdidos y encontrados, las falsas promesas, los errores cometidos, los sueños abandonados, las derrotas ganadas y los triunfos vencidos.
Y como definió Jung, uno se contrapone a sí mismo y sabe que es joven y viejo al mismo tiempo.
Joven y viejo a la vez. Y hay cosas que ya no importan y otras que tienen un valor incalculable.
De pronto, como al pasar, te susurrás con una sonrisa que el único espejo para mirar es el que te devuelve las imágenes de los momentos compartidos con amor, de las luchas compartidas con amor, de los compañeros y compañeras que dieron su vida por amor.
De pronto, como al pasar, te quedás mirando ese espejo mágico, mientras escribís en el pañuelo descartable, mojado por una lagrimita, que todo lo demás es puro cuento.
Puro cuento.
Imagen de Pixabay, de Spingxh21