El tren de las nubes cargado de sueños
Somos seres llenos de pasión. La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Walt Whitman
El Dios, el duende, el pibe, el hombre solo con sus propias culpas, el amado por el mundo, el toro salvaje, el tipo capaz de llorar cantando y cuando le cantan. El amo de la pelota, el intérprete de su propia vida con desierto y oasis.
Diego, en toda su dimensión, en su multiplicidad, en las diversas imágenes reflejadas en el espejo de su historia. Diego fue pintado, con maestría, por Emir Kusturica en una película documental estrenada en 2008.
“Si no hubiera sido jugador de fútbol, Maradona hubiera sido revolucionario”, expresó el genial cineasta y músico serbio. El genio de la pelota, sin duda, tuvo su impronta en el terreno político, asumiendo desafíos que lo enfrentaron a ciertos sectores de poder.
El pibe del Sur, ese que también existe, logró ganarle pequeñas y grandes batallas al Norte que todo tenía bajo el ala de sus intereses.
No fue solo la pelota, que manejaba como ninguno. No fueron solo esas piernas dibujadas para volar, no fue solo esa cintura formateada para el esquive, ni esa cabeza diseñada para voltear arcos y hacer temblar redes.
Fue el deseo, instalado en su pecho, de vencer. Vencer a quienes marcó con la etiqueta de “criminales de guerra”.
El primer hecho político, trascendental, fue la “mano de Dios” en 1986. “Nosotros no representábamos únicamente la camiseta de la selección, nosotros representábamos nuestros muertos en Malvinas”.
En su carrera por el campo de juego, en sus jueguitos lujosos, en sus caños, el pibe nacido en 1960, estaba gambeteando a la Reina, al Príncipe y al Principito. Estaba sintiendo el dolor de los soldados de su Patria. Estaba lanzando cañonazos al Imperio.
Maradona va expandiendo revolución. Una frase de Kusturica.
Fútbol y política. Fervor popular, pasión por demostrar que el corazón tiene armas muy poderosas. Fuerza incontenible para demostrar que los dioses no solo reinan en las alturas, ni en el Olimpo, sino también viven en los potreros, en el barro, en el empedrado de los patios viejos, como dice el tango.
El Che y Fidel
En 1987, Diego conoció a Fidel Castro. Para el futbolista, que mostraba orgulloso el tatuaje del Che en su brazo, Fidel era una especie de padre. Fue un momento clave en su identificación con la ideología de izquierda. Posición que le trajo innumerables críticas.
La estrella del fútbol había ingresado de lleno, con sus botines, su camiseta, sus pantalones cortos en el estadio de las ideologías. Remarcando las desigualdades del mundo, mostrando su rebeldía de pibe conocedor de las jugarretas del hambre. “Mi vieja a la hora de comer decía que le dolía el estómago, la realidad era que la comida no alcanzaba para todos.”
Fidel fue fundamental en la vida del astro, cuando la droga se metió en su vida. Cuba le abrió las puertas para ayudarlo en su rehabilitación. Fidel siguió de cerca el tratamiento, tenían charlas cotidianas y lo aconsejaba.
El mismo Diego contó las palabras de ánimo que tuvo del líder de la revolución cubana.
“Fidel me abrió de corazón las puertas de Cuba, cuando muchos en Argentina me las cerraban”.
Casualmente, o causalmente, el 25 de noviembre fue una fecha del calendario que los unió en la inmortalidad.
Una fecha que de pronto, los reencontró en la inmensidad del Cosmos.
El tren del Alba
En noviembre de 2005, el tren del Alba partió rumbo a Mar del Plata. A orillas del mar se estaba desarrollando la Cumbre de presidentes americanos y en forma paralela la Cumbre de los Pueblos.
En el coloso de hierro, viajaba Diego y su figura captó la atención de un mundo que ya lo había consagrado como un ídolo. El pibe, el hijo de la Tota y de don Diego. El pibe de las gambetas, de las carreras alocadas.
El hombre de la soledad y la nostalgia. El caballero andante que disfrutaba cuando los pequeños del Planeta le cantaban victoria en pleno rostro de los grandes del Planeta. El amado por las mayorías, el cuestionado por las minorías.
La “estrella del Sur” iba en ese tren, junto a otras personas influyentes. Tenía una consigna “echarlo a Bush” del país y cargaba un cartel en su pecho con la foto del expresidente de Estados Unidos con la leyenda “criminal de guerra”.
Con El Diario estuvimos presente en ese acontecimiento que unía a pueblos de la “Patria Grande”.
Llovía, el 4 de noviembre de 2005. Las calles de la ciudad “feliz” se llenaron de banderas. Miles de personas desfilaron rumbo al estadio mundialista para participar del cierre de la cumbre y del discurso de Hugo Chávez.
Fue el día del “No al ALCA”, el día en que Diego fue ovacionado cuando se abrazó con el líder bolivariano.
“Vivan los pueblos de América Latina y el Caribe, Viva Argentina, Viva Eva Perón”. El campo colmado por la militancia vibró. Chávez siguió dando abrazo bolivariano, sanmartiniano, peronista. En el palco, un Diego emocionado tal vez imaginó una jugada de gol para la posteridad. Imaginó la redonda girando, llevada por el viento, hasta llegar al arco del país de la libertad y meterse suavemente, danzando en ese espacio custodiado por los “guardianes implacables” del Tío Tom.
Chávez lo abrazó y gritó con su voz tan especial: “Viva Diego, Viva Maradona, Viva el pueblo”.
Ese día de noviembre, el pibe vio las banderas de diversos países agitarse para abrazarlo, sintió la caricia de las organizaciones sociales, la algarabía de ese Sur destinado a pelear con el Norte.
Ese día, el vendedor de sonrisas y lágrimas, celebró otro golazo, bajo la llovizna.
Cuando el pueblo llora
“Nadie está dentro mío, solo yo sé las culpas que tengo y que no puedo remediar”, le dijo Diego a Kusturica. Habló de su nostalgia, de su adicción, de los momentos perdidos, de las cosas que no disfrutó por la droga.
Habló de esa soledad que parece destinada a los grandes, un alto precio que a veces se paga por la genialidad.
El día que se fue de este mundo tan complicado me senté a escribir y surgieron las siguientes palabras, armadas y desarmadas por las imágenes del dolor de millones.
Cuando el pueblo llora, riega los campos sembrados de amor. Cuando el pueblo llora, las malezas invaden las tierras del odio.
Cuando el pueblo llora. La belleza del cielo se potencia y el fuego del infierno se repliega.
Cuando el pueblo llora, La Parca se asusta de la misión que le tocó, por ser simplemente una parca, una figura al servicio de la Nada que pretende ganarle una batalla al Todo. Cuando el pueblo llora, el Infinito juega su mejor partida y el finito voltea su rey, en el tablero, aceptando el jaque y el resultado final.
Nadie muere, literalmente, si el pueblo llora. Nadie se va, si el pueblo llora.
Nadie se va, si alguien llora.
La dueña de la Guadaña sabe que volvió a crear un humano inmortal. En su oscuro paso por los pasillos del mundo, sabe que hay seres más poderosos. Seres que nacieron para ser eternos, en un corazón o en millones de corazones.
Todos, sin excepción, tenemos en nuestra vida un ser eterno. Todos, los pueblos, tienen un ser eterno. Pocas veces, el mundo, comparte un ser eterno.
Pocas veces, en los distintos y diversos rincones del planeta, se siente la presencia o la ausencia de un ser eterno.
Diego lo logró. Con su talento dio felicidad a millones y la felicidad no siempre le fue fiel a su persona.
El pibe cumplió su sueño, y generó el sueño de miles de pibes excluidos del sistema.
El pibe fue creciendo, y regando ilusiones a su paso. Dios le dio una mano y el Diablo indignado le pasó factura.
En los pasillos del Averno, susurran que murió solo y sin amor.
Si se asoman al balcón, verán que tiene tanto amor que la palabra “murió” es una anécdota, una simple anécdota sin fundamento.
-Mi nota del Suplemento Mano a Mano de El Diario del Centro del país, con la ilustración de Raúl Olcelli…
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