La isla de las burbujas

“La cibercomunidad naciente encuentra refugio en la realidad virtual, mientras las ciudades tienden a convertirse en inmensos desiertos llenos de gente, donde cada cual vela por su santo y está cada cual metido en su propia burbuja”. Eduardo Galeano

La Humanidad se ha convertido en un contenedor de burbujas. Burbujas de distintos tipos: de vapor producto de la ebullición, de jabón formada por la espuma que se desvanece en el aire, financiera generada por la especulación y la avaricia del mercado. Burbujas para aislarnos, esferas para separarnos de la realidad.

Burbujas que son islas, en el mar de la Grieta. Pequeños círculos que deshumanizan a la Humanidad.

Algunos se preguntan: ¿Qué nos pasó a los seres humanos que guardamos la razón junto a la guitarra en el ropero? ¿Qué nos pasó para embriagarnos con ese borracho al fondo de una taberna (definición de Baudelaire) que espera otra copa más del cóctel del odio?

¿Qué patología nos invadió para menospreciar la vida? Hace años, siglos que el hombre es un lobo para el hombre. El término lo acuñó el filósofo inglés Hobbes en su obra “El leviatán” en 1651.

El británico consideraba que el hombre vivía en una lucha permanente y natural contra su prójimo. La civilización, el progreso, la tecnología, los avances de la ciencia no han podido, modificar totalmente, ese estado natural de enfrentamiento con la misma especie.

“La cibercomunidad naciente encuentra refugio en la realidad virtual, mientras las ciudades tienden a convertirse en inmensos desiertos llenos de gente, donde cada cual vela por su santo y está cada cual metido en su propia burbuja”. Palabras de Galeano.

Un inmenso desierto lleno de personas que van y vienen escondidos en sus propias burbujas.

La pandemia hizo su aparición fantasmal en el escenario de un mundo carente de los valores éticos que definen a la palabra “Humanidad” y los dejó al descubierto. Poco a poco se fueron cayendo las máscaras prefabricadas detrás de las burbujas.

Los males de la Caja de Pandora comenzaron a tener rostros, cuerpos, títulos, historias. Los engaños, el fraude, la codicia, la ira, empezaron el proceso de convertirse en materia. Dejaron de ser una simple generalización de los pecados capitales para adquirir la cara oculta de los demonios que nos habitan manipulando a su gusto y placer los derechos elementales de los seres vivientes.

Empobrecieron, marginaron, discriminaron, esclavizaron. Palabras, casualmente o causalmente, con la misma rima. Una rima que pega y fuerte.

Podemos hablar de derechas, izquierdas, centro y adentro. Simples etiquetas en un Planeta donde la mayoría de los cargos principales de Estado han sido funcionales a los lobos del hombre.

Los pocos países que pretendieron cambiar las reglas del juego, en el siglo pasado, fueron sometidos a bloqueos, persecuciones, guerras o golpes civiles militares.

Nuestro país no fue la excepción. Los gobiernos que tuvieron la osadía de intentar un equilibrio en los derechos de los humanos pagaron las consecuencias.

No es necesario profundizar en el tema, todos conocemos la historia, unos la rescatan, otros las niegan. Humanos al fin.

Solo le pido a Dios

Haciendo un pequeño cambio en la conocida canción de León Gieco, sería un buen momento para cantar “Solo le pido a Dios que el Covid no me sea indiferente, que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre, vacía y sola sin haber hecho lo suficiente.”

El virus, con su traje invisible, mata. Te lleva a la soledad y al vacío, te conduce a las puertas del engaño. Te arrebata los seres queridos, los sueños, los planes. Pone en jaque tu pasado, tu presente, tu futuro. Te priva del abrazo, del afecto, de la calidez de un beso, del asado con amigos, del festejo de cumpleaños, de la mesa de los domingos con la familia unida.

Pero, te exige el sacrificio más grande a cambio de la vida. Ahí está el dilema. ¿Cuál es la única arma que tenemos para pelear contra él? Cuidarnos, esperar la vacuna, protegernos con los protocolos.

¿Es una garantía absoluta? No. Es una trinchera, para cubrirnos de las balas.

Una trinchera para cubrir a nuestros seres queridos de las balas. La semana que pasó, pudimos ver el reflejo oscuro de la grieta. Un presidente que tomó la decisión de “parar la bola enorme de contagios” y un jefe de Gobierno porteño “encaprichado” con las clases presenciales.

Es cierto que la educación es importante. Debo reconocer que nunca la vi defender con tanto ímpetu ya que tenemos enormes fallas en la infraestructura y en la valoración de la docencia.

¿Ahora, qué es más importante la educación presencial o la vida? Tamaño dilema. Este virus es tan terrible que nos obliga a reflexionar sobre el valor de la existencia.

Es tan incisivo que nos obliga a reflexionar sobre el valor del dinero. Es tan atrevido que nos obliga a reflexionar sobre la protección de nuestros hijos.

El AMBA, es el Area Metropolitana de Buenos Aires que está compuesta por localidades y barrios de la Ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires, caracterizándose por ser la concentración urbana de mayor densidad del país.

Esa zona en rojo, nos alerta a todo el interior. Si ese espacio se descontrola, nadie está a salvo. El virus circula, viaja, no lo olvidemos.

Corazón de mi país

El gobierno nacional dejó librado a cada provincia el acatamiento de las restricciones. Córdoba, por ahora, no se siente en un riesgo mayor. El gobernador Juan Schiaretti decidió continuar con las medidas implementadas días atrás y dejar, por el momento, que todo fluya.

Fiel a su estilo, el peronismo cordobés se aferra a su autonomía y considera que la “casa está en orden”. En Villa María, impulsado por el bloque de concejales de la oposición, se aprobó un proyecto con penalidades de trabajo comunitario a quienes rompan las normas establecidas por la situación sanitaria.

Es un paso, no es suficiente. El personal de la Salud no da más. Está al borde del agotamiento. El esfuerzo que hicieron en los últimos trece meses fue impresionante.

Por un momento nos pongamos en la piel del personal sanitario, en sus emociones, en sus cargas, en sus responsabilidades.

Están dando todo, están dando sus fuerzas, sus conocimientos, sus energías, su corazón por el corazón de mi país.

La isla de las burbujas no es suficiente. Al que tiene que luchar por salvar vidas, es necesario darle algo más que palabras sueltas.

Muchachos, muchachas de la política dejen sus slogans electorales para otro momento.

No importa si somos el corazón del país, los profetas de la libertad o la “capital de la República”.

El enemigo mortal es el Covid, y no las urnas.

Tomen nota en su agenda y piensen en salvar vidas y no en salvar votos.

El pecado capital: los sospechosos de siempre

El 17 de noviembre de 1982 fue un día D. En ese momento se estatizó la deuda de los grandes grupos empresarios privados. La dictadura cívico militar, desmoronada tras la guerra de Malvinas, decidió tender la última mano a sus socios económicos. Por un monto estimado en 15 mil millones de dólares, el titular del Banco Central Julio González del Solar, en equipo con su antecesor Domingo Felipe Cavallo permitió el pase al Estado de la deuda privada.

Se comprobó que la mayoría de esos préstamos, que pagamos todos/as, fueron maniobras fraudulentas. Hubo una causa, denominada Olmos, demostrando las irregularidades de los civiles y su colaboración con los dictadores.

Varias de las personas que hoy buscan amparo en la Justicia para no pagar el aporte extraordinario a la riqueza, pensado para compensar la pandemia, están en esa lista de privilegiados que se valieron del Estado, a través de ciertos trucos, para beneficiarse.

Cada uno con su santo y con su burbuja, decía Galeano.

¿No será hora de entretenernos, mientras nos cuidamos, explotando burbujas?

Pregunto.

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