La política está perdida en un laberinto oscuro
“Los políticos mediocres no viven de crear ideas positivas para su pueblo, sino que sencillamente viven de su imagen”. José Ingenieros
Pandemia, conflictos bélicos, crisis económica, una guerra golpeando las puertas del cielo. Los extremos bailan su danza siniestra sobre las pequeñas, medianas o grandes ruinas de un mundo que sigue su marcha inexorable hacia un futuro imprevisible.
Dos años atrás, cuando subió a escena el implacable COVID-19, muchos pensamos que su presencia amenazante le brindaría a la humanidad la posibilidad de perfeccionarse, aprovechar al máximo sus fortalezas y pulir sus debilidades.
Los idealistas imaginaron una chispa de solidaridad, empatía, amor, paz, que encienda los valores más sobresalientes del ser humano. Sabemos que los ideales son difíciles de alcanzar y vemos con cierta preocupación que el individualismo, las ambiciones materiales, el odio, van ganando la batalla.
“El hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está viejo, irreparablemente”, consideraba José Ingenieros. ¿Estamos frente a una humanidad irreparablemente vieja?
En este mundo tan complejo, mutando en diversos matices, con satélites que conectan a las personas de norte a sur, de este a oeste, cabe preguntarse si la dirigencia política está a la altura de este mundo con nuevos ropajes y demasiados pecados en el ropero.
Analizando discursos, declaraciones, debates, se desprende que la mayoría de los políticos viven en un planeta diferente al nuestro.
“Los políticos mediocres no viven de crear ideas positivas para su pueblo, sino que sencillamente viven de su imagen.” Otra frase de José Ingenieros que viene al caso.
Viven de su imagen y de lo que dicen las encuestas, podríamos agregar. Ideas, pocas, por no decir nada.
La mayoría de los debates, por así llamarlos, muestran a personas gritando desaforadamente, culpando a otros de sus propios fracasos, hablando un lenguaje obsoleto que las nuevas generaciones no comprenden o haciendo chistes tan malos que lastiman el intelecto.
Cualquier ciudadano que lucha por sobrevivir podría preguntarse ¿de qué se ríen algunos personajes que andan sueltos por los caminos de la vida política e institucional?.
El arte, el refinamiento, la sutileza, la inteligencia, la elegancia de la verdadera política se ha perdido, mayoritariamente, en el laberinto del Minotauro, ese personaje violento de la mitología griega.
Si la política y las instituciones no recuperan su dignidad, seguiremos remando en un bote sin rumbo.
Para muestra basta un botón
La semana pasada, los partidos de la oposición al gobierno nacional tuvieron congresos y, como es habitual, se tiraron con flores marchitas. Volvió al ruedo – en realidad, nunca se fue- la verborragia de la “republicana” Lilita Carrió.
“Hoy no se puede ser neutral: se lo digo a Juntos por el Cambio, tenemos que estar con las democracias, con la república y con la libertad, pero con límites”, dijo la líder de la Coalición Cívica entre el ruido de las olas del mar de “La Feliz”.
La chicana fue directa para marcar sus diferencias con el coqueteo de un sector del PRO con el excéntrico Javier Milei, referente de un espacio que se llama “La libertad avanza”.
“Estoy para unir, no para dividir. Para que las nuevas generaciones con valores puedan gobernar. No se trata de juntar de cualquier manera, se trata de unir a los argentinos de la mejor forma”, precisó Lilita.
Palabras, palabras, palabras mil veces repetidas, sin contenido.
Carrió ha demostrado, a lo largo de los años, que se siente más cómoda rompiendo que uniendo.
Su discurso girando, constantemente, con la República es totalmente inconsistente en un momento en que se van destapando ollas con prácticas que van desde el espionaje hasta el manejo de la justicia por parte del espacio que ella representa.
Sería saludable, que pidiera perdón y le sugiriera a las nuevas generaciones que hagan todo lo contrario de lo que vienen haciendo.
Para muestra, basta un botón.
A Juez no le fue bien con el juez
Otro de los personajes que ocuparon las primeras planas, de los últimos días de abril, fue el senador nacional Luis Juez.
Una jugarreta del kirchnerismo en la Cámara Alta lo dejó fuera del Consejo de la Magistratura, un cargo que, por lo visto, anhelaba con toda su pasión.
El abogado cordobés se puso loco cuando el bloque del Frente de Todos se dividió en el Senado, para ser segunda minoría y designar en el mencionado Consejo al integrante del peronismo Martín Doñate.
Como es habitual, el dirigente del Frente Cívico salió a bombardear a la vicepresidenta Cristina y corrió a la justicia a pedir un amparo y reclamar el puesto que le habían “arrebatado los malos comandados por la mala”. “No estamos mendigando nada que no nos corresponda”, bramó Juez en una conferencia de prensa, anunciando que denunciaría a Cristina y pediría un amparo.
No tuvo suerte en sede judicial. El juez Pablo Cayssials rechazó el amparo.
La disputa por un cargo es una constante en la autopista de la dirigencia. Una costumbre ajena a los intereses de la mayoría de los ciudadanos, que espera de sus representantes soluciones a los problemas más acuciantes.
El senador enfrenta, además, un embate en sus propias filas, con un radicalismo que pretende ser protagonista y disputarle el cartel para el próximo año.
Su discurso en contra de la corrupción, que lo llevó a tener protagonismo en 2003, no le está dando buenos resultados y sus chistes están perdiendo la chispa.
“Los que se quejan de la forma como rebota la pelota, son aquellos que no la saben golpear.” Otra frase de José Ingenieros.
La pelea de fondo del Frente
El oficialismo es, también, arte y parte de las trifulcas palaciegas. Con la carga de gestionar en medio de las dificultades del mundo y del país, el presidente Alberto Fernández trata de esquivar los golpes del espacio liderado por Máximo Kirchner.
Desde la provincia de Buenos Aires se levantan las voces de los “rebeldes” que piden la renuncia del ministro de Economía, Martín Guzmán.
Al funcionario lo culpan de todos los males de la economía, de la derrota de las legislativas de 2021, de su lentitud para mejorar la distribución, del acuerdo con el FMI y de todo bicho que camina y va a parar al asador.
En el fondo, según comentan en los pasillos de la Rosada, hay una movida para dejar al presidente cada vez más solo y sacarle sus ministros de mayor confianza.
“Los paladares negros quieren copar el gobierno y llevarlo a Alberto contra las cuerdas”, comentó un allegado al mandatario nacional.
El Cuervo Larroque fue uno de los que salió con los puños cerrados y el fin de semana se despachó Máximo.
“¿Cómo que nuestro ministro de Economía, Martín Guzmán, dice que él hace su trabajo, pero que no se involucra en las disputas de poder? ¿Y entonces qué vamos a hacer?”, dijo el diputado nacional, conductor de La Cámpora.
En realidad, Guzmán se refirió a las chicanas internas al decir que “no se involucra en las disputas de poder”. Por supuesto, las usaron para acusarlo de no querer enfrentar a los poderosos.
La política de la decadencia. El debate de ideas es enriquecedor, las peleas para la tribuna son empobrecedoras.
Alberto nunca tuvo la intención de postularse para presidente. Lo eligió Cristina para lograr la unidad y ganar las elecciones.
La estrategia, tomada a solas y en silencio, le salió bien.
Esta pelea pública, pensando en las elecciones de 2023, no es saludable para la mayoría de los argentinos.
Si los políticos caen en la mediocridad y se dejan devorar por el monstruo del laberinto, vendrán en sus carruajes los cultores de la antipolítica a fusilar los ideales y los sueños en el paredón del poder sin alma.
Y lo más triste es que seguiremos remando en un bote sin rumbo.