La revolución de la alegría de los peces gordos

La vida tiene esas cosas increíbles ¿viste o no viste?. Da lo mismo. Ellos te dicen “no la ven” y nosotros “pensamos no verla, pero la vemos.”
Me desperté feliz después de haber soñado con las olas del mar y poco me importó que el calendario marcara un lunes, un martes, un miércoles o un jueves. Cualquier día de la semana era un motivo para tener los ojos abiertos y verla.
Me preparé un café fuerte y puse música pensando “hay que tener buena onda y cultivar la alegría”.
Al primer paso de la música de rumba, descubrí que mi puerta estaba viva. Por debajo de ella, y silenciosamente, caminaban facturas a pagar. La primera en aparecer, sin prevención para ataques de miocardio, fue la de la luz. Impecable la chica, sin sonrojarse al mostrar el importe. Orgullosa me hacía burlas, saboreando el abultado porcentaje que me estaba saqueando de mi anoréxica jubilación lograda después de más de cuarenta años de aportes.
Nunca pensé que encontrar la iluminación iba a ser tan costoso. Al fin y al cabo dediqué horas a la meditación, al yoga y a todos esos consejos de los gurúes de autoayuda, supuestamente gratis.
Aumenté el volumen de mi canción preferida y puse la invasora junto a todas las otras termitas que me estaban extirpando sin culpas mis derechos. Para no entrar en detalles menciono algunas como el gas, el cable, el teléfono, el seguro, los impuestos municipales, provinciales, nacionales y sin fronteras.
La lista es extensa, hasta parece eterna. O externa, ya que me acostumbré a ser una ex. Exesposa, extraterrestre, extremista, expropiada, extensa, explosiva, extravagante, extraña.
En fin, por un momento sentí que estaba pagando los gastos de la vida de millones de personas, pero no…era sólo la mía. El trayecto de una insignificante persona que laburó toda su existencia para aportarle lo mejor a un país que no te devuelve nada.
No obstante. seguí escuchando música y llenándome de la revolución de la alegría que proponían desde el Estado en mal estado. Con fecha de vencimiento y olor nauseabundo.
“Soy feliz”, me repetí con poca convicción después de leer las noticias de los privilegiados que pasan de una convicción ideológica a otra sin que se les mueva un pelo. Ya no fui tan feliz al leer que los peces gordos (que no vuelan) elogiaban este plan económico.
Mejor sigo escuchando música y gritando en medio del desierto por si alguien me escucha.
Ojalá alguien escuche.
Imagen: Shimabdinzade, Pixabay.

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