Los vagabundos de la niebla
¡Qué extraño es vagar en la niebla! Ningún hombre conoce al otro”, escribió Herman Hesse. Y así andamos; respiramos, ejercitamos nuestras piernas, avanzamos, nos detenemos, sufrimos, reímos, descansamos; vagando en la niebla.
Esa niebla que nos impide reconocernos. Tal vez la grieta, prefabricada por los adictos al poder, sea nada más que la bruma lanzada a diestra y siniestra, por algún dron, para confundir nuestra capacidad de pensar. La grieta que nos convierte en vagabundos de la niebla.
La grieta que nos impide darnos cuenta que a pocos metros puede estar el Paraíso o el Infierno. El cielo o el fondo del abismo. El éxito o el fracaso. La cima o la ladera.
La rajadura en el costado de nuestras emociones, en el centro de nuestros pensamientos, en el ombligo de nuestras vanidades, en el subsuelo de nuestros odios.
“El tiempo y el dinero pertenece a los mediocres y superficiales.” Otra frase de Hesse. ¿Y a quién le importa Hesse en este país de dirigentes mediocres y superficiales que venden su alma por dinero?
Es un día más de la pandemia, el gobierno tuvo logros importantes y lo correcto sería saltar de alegría, tirar buena onda, soltar satélites al espacio, decir con ansias: “vamos por el camino correcto”.
Sin embargo, salen al ruedo los que gritan “gocemos, donemos nuestro esfuerzo a los especuladores que viven de nuestro sudor, de nuestra sangre, de nuestras lágrimas, dentro de 150 años vamos a estar mejor”.
Los sospechosos de siempre que proponen sin vergüenza: “Bailemos, amemos a nuestros amos, ofrendemos los sueños en su altar descartable, demos nuestra contribución a la avaricia de los propietarios del mundo, arrojemos basura a los que no son dueños de nada. Sigamos ciegos, vagando en la niebla.”
Los que pregonan, tristemente: “Sigamos sin reconocer al otro, hasta que nos quedemos tirados a un costado del camino y nadie, nadie venga a socorrernos.”
Esos, seres absurdos y sin sentido, que vagan en la niebla y se burlan de los millones que amamos la luz.