Noche de paz hasta el “choque” de copas. Noche de amor

Noche de paz, noche de amor. La cena venía tranquila en la casa de los Perengano , la familia completa reunida alrededor de la mesa. El vitel toné de la abuela Clarita, la mayonesa de ave de la tía Patricia, la tabla de fiambres de la prima María Eva y el pionono de la anfitriona. Los hombres rodeando el asador cocinando a fuego lento el lechón y los pollos.

Vino, cerveza, aperitivos en los vasos de los comensales sedientos, esperando que el reloj marque las 12, Papá Noel aparezca en la escena y las copas suenen al compás de los deseos de felicidad.

Nochebuena, hasta que, después del brindis, el diablo de la política metió la cola y se transformó en Noche regular, tirando a mala.

El chico universitario, a punto de rendir su tesis para obtener el título en Ciencias Políticas, tiró el primer misil prendido a su cuenta del Pajarito. “Alberto está en San Cayetano compartiendo con las familias que se reunieron en la parroquia a pasar la Navidad. Es un capo total nuestro presi”, celebró el joven. Su hermana empezó a cantar haciendo la V de la victoria con los dedos. “Presidente, Alberto presidente.”

Y se armó la discusión. A Papá Noel se le cayó la barba y quedó al descubierto el rostro, del tío Luis, que estaba más rojo que el gorro. “Ese es un chanta, demagogo, títere de la otra que se afanó tres FBI”, masculló mientras sudaba la gota gorda por la vestimenta del Polo Norte y le pedía a su esposa que lo ayudara a sacarse el saco. “PBI, murmuró la mujer en su oído”. “¿Y yo que dije?”, replicó arrojando el cinturón a la casa del vecino.

Enseguida saltaron los pibes esperanzados en la liberación. “Los gorilas están nerviosos, ustedes dejaron un desastre y siempre tenemos que venir nosotros a ordenarlo.”

El tío Manuel se atragantó con las garrapiñadas, y con un hilo de voz expresó: “vienen por todo, son el comando marxista-cubano-venezolano, ruso, mapu…”. No pudo terminar la frase porque su hermano le arrebató el mantecol que tenía escondido bajo el plato.

“Ese mantecol es mío, mío.  Así son los peronistas, viven de nuestro trabajo, de nuestros impuestos.”

A la prima María Eva se le soltó la rienda y largó su breve discurso: “Ustedes se quedaron con todo, la JPMorgan, Caputo, se fugaron los dólares”.

“JP, juventud peronista de don Morgan, testaferro de Perón seguro, y Caputo es K, Kputo el nombre lo dice, ven que tengo razón, ustedes son los chorros”, carraspeó Manolo devorando su postre marmolado.

En medio de la disputa de los Fulanos, Menganas, Zutanos y Zutanas, los turrones se escondieron debajo de las servilletas, el pan dulce abrazó las frutas abrillantadas que habían perdido su brillo, el maní japonés se replegó a la trinchera, detrás del arbolito,  antes de ser acusado de espía chino y el bombón de chocolate se refugió en una birra para no ser discriminado por “negro”.

La abuela Clarita, que observó la escena en calma,  tomó el bastón y comenzó a golpear la olla de la ensalada de frutas. Con su voz dulce habló:  “Cuando era niña, mi abuelo me contó la historia de este cóctel que he preparado tradicionalmente en cada Navidad, desde hace 60 años. Me relató que durante el Imperio Romano, en las fiestas, mojaban la fruta con vino. ¿Saben por qué?. Porque creían que al beberlo, los poseía un espíritu que lo liberaba de sus más bajas pasiones.”

Silencio total. “Con el tiempo fui entendiendo la importancia de mezclar los frutos cítricos y tropicales. Cada uno con su color, su sabor, su identidad. Juntos, nadando en el vino, esa bebida con orígenes a orillas del Tigris y del Eúfrates miles de años antes de Cristo, con un dios propio llamado Baco, en la mitología romana y Dionisio en la griega. Las frutas que nos regala la tierra generosa y el éxtasis que nos ofrenda la leyenda de una bebida que estuvo presente en todos los momentos de la humanidad. Mi abuelo decía, el vino sincera los sentimientos y la fruta los nutre.”

Con lágrimas rodando por sus mejillas, conocedoras de los secretos del arte de vivir, la abuela miró a su gran familia. “Cuando yo me vaya de este mundo, ustedes me tendrán presente en el contenido de esta olla que nos invita a compartir el amor, más allá de las diferencias,  que siempre nos ha mantenido unidos.”

En pocos minutos, volvió la paz y la Nochebuena. El clericó con su leyenda, hecho con el amor de la gran madre, fue un bálsamo para el virus de la grieta. Tal vez, como creían los romanos, en ese cóctel se concentraba la magia.

Tal vez. Felices fiestas.

 

 

También puede gustarle...