Prendamos una vela, para seguir buscando una luz que no existe

  • No maldigan la oscuridad, prendan una vela, dijo el presidente Javier Milei aludiendo a un proverbio chino. Después de los anuncios del ministro de Economía, bien conocido por todos por su paso en el gobierno de Mauricio, el mandatario invocó a las fuerzas del cielo y aseguró que los pobres se impusieron a los ricos. Sus palabras, basadas en un delirio religioso, no tienen nada que ver con las medidas que tomó el exfuncionario gatúbelo, el mismo que nos endeudó a cien años y nos dejó en una situación alarmante en 2017.

Los pobres perdieron, los ricos volvieron a ganar. No hace falta ser muy avispado para darse cuenta que las “penas son de nosotros, las vaquitas y los dólares son ajenos” (Gracias Don Ata por su aporte).

Revolución moral, las fuerzas del cielo, la casta pagará, son frases de una obra del absurdo que nada se asemeja a la realidad que asoma en el horizonte de la mayoría de la población y que apunta directamente al corazón de la clase media para exterminarla. La casta está feliz, el resto de la sociedad está triste.

La Noche Buena no será tan buena y la Navidad no tendrá un Papá Noel que venga a nuestro rescate entrando por una chimenea. Mucho menos si se le ocurre toser por el humo, un ruido que le molesta bastante al presi.

Alguien dijo, hace tiempo, “mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Es posible que el presi tenga un pensamiento similar y prefiera que sus perros vivan bien, sin importar las personas que seguramente, para él, no merecen el menor respeto.

Debemos entenderlo, porque fue elegido por las urnas. Porque es la democracia, estúpido. Porque es la política, estúpido, porque es la economía, estúpido.  Sin duda, los estúpidos somos nosotros. Estúpidos, idiotas.

La palabra idiota viene del griego. Los griegos valoraban mucho la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaba, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados, y versados, ​​en los asuntos públicos. O sea, que no fuera idiotas.

Mantenerse al margen de la vida pública era un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber.

Quien no contribuía en los debates, declaró Pericles, el gran estadista de Atenas, era considerado “no como falto de ambición sino como absolutamente inútil” (fuente consultada BBC).

Hace miles de años que el poder vive de los idiotas.

En un momento los argentinos, pudimos ser ejemplo, y luego retrocedimos rematando nuestros valores y nuestra memoria.

Escrito el 16 de diciembre de 2017

“Este escrito de hace seis años, me lo recordó FACEBOOK.

Un telegrama, un arma de destrucción de sueños. Un telegrama, un explosivo fabricado en el despacho de un burócrata que no tiene idea sobre el tema y es familiar o amigo de la autoridad, cuyo objetivo es desmantelar la industria que fue orgullo de los argentinos.

Un telegrama, una hoja de papel mojada por las lágrimas. Un disparo a la dignidad. Un puñal clavado en el corazón de una familia trabajadora para alimentar la avaricia de los grupos que acumulan dinero en forma parasitaria.

Esos grupos de especulación, que se hacen la América manejando a los que pregonan  que el mal son los que cobran planes sociales, o los jubilados que sobreviven por milagro y voluntad, no por sus haberes, o los laburantes que hacen malabarismo para mantener a su familia.

La culpa es de los otros, de los mapuches y sus gomeras asesinas, de la Cámpora, de Cristina, de los zurdos, de los peronistas, de los que robaron, de los que se rebelan ante la injustica, de los que no se arrodillan, de los que piensan distinto y hasta del Chapulín Colorado por vestirse de rojo.

Y marcan a los culpables, los traidores que han saltado de un partido a otro sin avergonzarse, los que hace años viven del Estado renunciando a sus ideales, lo difunden los legisladores que llegan a una banca por el dedo y contratan un ejército de asesores que pagamos todos, lo dicen los funcionarios que viven como millonarios, lo dicen los tipos que vieron perdonadas sus deudas de miles de millones, los “manosantas”  que nos consideran un pueblo ignorante. Los vendidos al mejor postor, los trolls que cobran para destruir a los que osan defender sus derechos.

Y otros lo repiten sin pensar, sin darse cuenta que cerca nuestro hay un ciudadano que no sabe cómo, explicarle a sus hijos que ya no tiene trabajo, que en un minuto le cortaron las alas, le bombardearon la esperanza al pie del árbol de Navidad.

Un vecino que se esforzó durante quince años y cuyo premio fue ser arrojado a la calle mediante una hoja de papel fabricada en el lujoso despacho de un funcionario que disfruta del banquete de los verdaderos culpables, mientras nosotros asistimos a la fiesta con la ñata contra el vidrio y pagamos los platos rotos de la orgía a la que jamás seremos invitados.

Me duele pensar que vamos a repetir la historia, me duele pensar que no aprendimos nada, me duele pensar.

Me duele. Espero equivocarme.

Foto: Pixabay, Geralt

 

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