Una pelea desigual
Si los jefes de Estado y los líderes políticos del mundo no se unen para dar batalla a las grandes corporaciones, no hay salida, ni esperanza, ni futuro para todos.
Una minoría absoluta conducirá la nave que dividirá al Planeta, nuevamente, entre amos y esclavos, entre reyes y súbditos, entre los dueños del oro y los propietarios del barro.
La peste llegó para mostrarnos que el siglo XXI es una ficción y que la realidad nos remonta a los tristes comienzos de la Edad de Piedra. El hombre confinado a ser un animal salvaje en búsqueda de la subsistencia.
¿En qué pozo hemos caído sin darnos cuenta? ¿En qué agujero negro perdimos la dignidad a cambio de espejitos virtuales de colores?
Nos volvieron a cambiar nuestros tesoros por aparatos de “última generación”, con pantallas digitales, juegos entretenidos, post en las redes sociales. Nos venden ilusión y se llevan nuestros recursos, el dinero ganado o perdido con el sudor de la frente, nos afanan la identidad cultural y hasta el pucho de la oreja, como dice el tango.
Cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer secándose al sol. Sabiduría tanquera, intelectual que se ha ido perdiendo con el tiempo.
Hace meses, en una nota, definí al virus como el octavo pasajero de la nave de los pecados capitales. Y el invasor está descubriendo, con su danza de la muerte, las miserias horribles de un sistema que está en manos de una minoría pequeña, casi invisible. Un poder tan fuerte, tan perverso, que apuesta cada vez más a la destrucción de la humanidad.
Y mientras, los pueblos intentan defenderse con un palillo de plástico afilado en una punta, ellos avanzan con drones.
La mayoría de los líderes hablaron, en Davos, de la necesidad de diálogo. Discursos más o menos explosivos plantearon la posibilidad de un escenario de guerra frente a las desigualdades económicas.
La pregunta es ¿qué tienen pensado hacer para equilibrar estas desigualdades que ponen en riesgo la paz?
Por ahora, puras palabras. Si repasamos lo hechos que ocurren en diversos lugares de la Tierra el poder político está perdiendo fuerza ante las corporaciones, los medios y la justicia.
No es un problema argentino, ni de un continente. La mayoría de los jefes de Estado son cabezas de gobierno sin poder real.
Como dice el tango: la lucha es cruel y es mucha.