La semilla de la esperanza, en la nada

Un plato de agua caliente, con escasas verduras flotando, manteniendo el equilibrio para no ahogarse. A su alrededor un par de niños hambrientos, cortando una rodaja de pan imaginario para hacer más apetecible la cena de la pobreza. Por debajo de la puerta de lona agrietada por el viento, se filtró un cartel con la leyenda “vendemos la semilla de la esperanza”.

La mujer, recostada en un rincón con goteras, la leyó despacio, sin inmutarse. El hombre sonrió. Estaba dispuesto a todo para comprarlas, dispuesto a todo por su familia. A la madrugada salió en busca de la semilla prometida. Entregaría su alma, la única posesión, a cambio.

Volvió al anochecer con los ojos vacíos y la alforja llena de semillas de la esperanza.

Ya no veía, ya no escuchaba. Ya no sentía. Solo tenía las semillas que las fue sembrando en la tierra de la Nada.

Ella lo supo desde el primer momento. De la Nada, sacaremos nada, le dijo. Pero él no podía escucharla. Había perdido todo, hasta su familia, por la promesa de una semilla de la esperanza.

Sólo quedaba un plato de agua caliente con escasas verduras flotando y un pan imaginario cortado por unos niños hambrientos que esperaban, esperaban, esperaban.

Y una madre que rogaba, rogaba, rogaba.

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