Brasil, decime que se siente
Hoy, en el ambiente de la política, el tema central es “La verde amarela”. En el ambiente previo al Mundial de Fútbol de Qatar, el pueblo brasileño jugó un partido muy importante: elegir a su próximo presidente. Un clásico que se definirá por penales el próximo 30 de octubre.
En un escenario de emociones encontradas -violencia, millones de personas en situación de vulnerabilidad alimentaria, racismo, homofobia, discursos agresivos-, los habitantes del país vecino concurrieron a las urnas para inclinarse por dos expresiones con matices diferentes, pero sin garantías de cambios profundos estructurales.
Porque el problema en esta década del siglo XXI no está en los nombres de las boletas, importantes, por cierto. El principal nudo de la cuestión está en el seno de la sociedad. Una sociedad influida, mayoritariamente, por los “dueños” de la batuta, de la torta, de la fiesta, de los fuegos artificiales y de la comunicación.
Es un problema generalizado, un virus poderoso que avanza por los pasillos de la humanidad, se mete de polizón en los hogares de hombres y mujeres desconcertados por la marcha del mundo, derrumba fronteras, quema puentes, mete miedo, incendia valores, fusila ideales. Un virus, sentado en el trono de los dioses del más acá. Uno puede creer o no en la existencia de los dioses del más allá. Pero, los dioses del más acá existen. Esos sí existen, aunque estén ocultos en personas jurídicas o empresas fantasmas.
Hoy, más allá (repito la frase) de los resultados en las urnas en cualquier país de América Latina, gobernar no es sinónimo de autonomía en las decisiones. Gobernar no es sinónimo de plasmar las ideas más nobles y concretarlas para beneficio de la mayoría.
No, estimados hermanos y hermanas de corazones abiertos, manos solidarias y sueños alados. Los buitres sobrevuelan.
En este mundo, ningún dirigente político con vocación de servir -de promover la igualdad, la fraternidad, el respeto, el amor- tiene la visa totalmente libre para gobernar de acuerdo a sus principios.
No la tiene el Gobierno argentino, ni el chileno, ni el boliviano (que sufrió un golpe de Estado y Evo salvó su vida de milagro), ni el peruano, ni el colombiano, que a pocos días de asumir está enfrentando fuertes protestas opositoras en la calle. No la tienen los gobiernos de parte de Europa o de Asia o de África.
Ni la tendrá Brasil, si gana Lula el balotaje, porque la diferencia será mínima y la oposición le pondrá todos los obstáculos.
Hoy nadie, por más liderazgo que tenga, se salva solo.
Unidos por el espanto
Lula vuelve, después de ser perseguido, encarcelado, proscripto. En su regreso hace alianza con su adversario y enemigo, un ferviente conservador. El compañero de fórmula de Lula, Gerardo Alckim, es la clara representación que no hay una pelea entre izquierda y derecha, como les gusta a los negadores de la teoría céntrica aliancista.
Tampoco pasa por una disputa entre “dos modelos”, otro slogan archiconocido, porque las políticas económicas centrales de Brasil se mantienen venga quien venga o caiga quien caiga.
La alianza entre Lula y Alckim fue una estrategia destinada a librarse del “mal” representado por el “autoritario” de Jair. No los unió el amor, los unió el espanto. Se podría decir que la verdadera batalla fue “democracia o autoritarismo”.
Aquí también está el nudo del problema. Un alto porcentaje de la sociedad se inclina por el autoritarismo.
Entonces, es indispensable preguntarse: ¿Por qué? ¿En qué fallaron los gobiernos del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, para que un sector importante de la sociedad quiera volver a prácticas de un pasado triste y oscuro?
¿En qué falló la clase política de los últimos veinte años (siglo XXI) para que llegaran al poder con los votos representantes de la antipolítica, sembradores de odio, de miedo?
Brasil, decime que se siente. La misma frase vale para Argentina y para un montón de países del mundo.
Decime que se siente, cuando casi un 45% de las personas que comparten el mismo suelo anhelan y exigen la teoría del garrote o del palito para abollar ideologías (frase de Mafalda en la década del 60).
Brasil, decime que se siente.
Argentina, decime que se siente.
Qué será, qué será
El 8 de noviembre de 2019 escribí lo siguiente sobre la liberación de Lula: “Salgo de aquí sin odio, a los 74 años, solo tengo lugar en mi corazón para el amor”. Lula libre, sin odio, Lula libre lleno de amor. Chico Buarque se preguntaba en su famosa canción “o qué será, qué será, que anda suspirando por las alcobas…”. Las calles de Brasil se llenaron de suspiros, en los callejones se encendieron velas, en los bodegones se gritó bien alto y cantaron los poetas más delirantes.
Después de 580 días de encierro, el hombre nacido el 27 de octubre de 1945, el obrero metalúrgico, el sindicalista, el dirigente del Partido de los Trabajadores, el presidente que sacó, durante su mandato, a más de 30 millones de personas de la pobreza, volvió a respirar el aire de la libertad.
Lo hizo con dignidad, con fortaleza, con grandeza. “Ustedes fueron el alimento de la democracia que precisaba para resistir”, afirmó ante sus seguidores que lo esperaban ansiosos, seguidores que estuvieron siempre acompañándolo.
Lo hizo, resaltando que los ideales no se atemorizan ante las rejas, lo hizo remarcando que el “amor vence al odio”. Lo hizo demostrando que en su interior “habita un verano invencible”, como escribió Albert Camus.
Lula libre estalló en las redes sociales, explotó en el mundo. A pesar de los que “actuaron para criminalizar a la izquierda, al Partido de los Trabajadores y a su propia figura”, según expresó en su primer discurso en libertad.
Lula libre, en 2019, sin odio.
Hoy, todo cambió. Vino el COVID-19, apareció la guerra y la incertidumbre. Volvió el miedo con sus disfraces más inverosímiles.
Y volvió Lula, en un mundo totalmente distinto.
Para sus votantes, volvió la esperanza. Una esperanza recortada que tendrá que esperar la segunda vuelta.
En nombre de Dios
Jair Bolsonaro llegó al gobierno en “nombre de Dios”. En una nota sobre su biografía leímos lo siguiente: “Haberse casado tres veces y tener hijos de esos tres matrimonios distintos no le ha impedido ensalzar siempre el modelo de familia tradicional y su moralidad ultraconservadora para hacerse con el crucial apoyo de los votantes evangélicos. Sabe de qué habla. Sabe cómo hablarles. En 2006, en plena efervescencia de la era Lula, cuando la economía del país crecía bajo el Gobierno del que llegó a ser el presidente más popular de Brasil, un desalentado Bolsonaro conversaba en los pasillos del Congreso con un senador evangélico, Magno Malta.
Ambos lamentaban la aprobación de lo que se conoció como ley anti-homofobia, que establecía penas para quien discriminase a alguien por su orientación sexual. ‘No nos queda otra, vamos a tener que crear una candidatura’, pactaron los dos en aquel pasillo. Allí nació la idea de una candidatura y de un eslogan que hoy utiliza el excapitán: ‘Brasil por encima de todo. Dios por encima de todos’”. (Fuente: Elpaís.com).
Bolsonaro tiene un fuerte apoyo, mayor al que indicaban los encuestadores. En una sociedad partida en dos, el exmilitar puso su sello en millones que ayer le dieron un respaldo que sorprendió a propios y ajenos.
Un respaldo que lo deja frente a frente con el liderazgo de Lula.
Se fue la primera, se viene la segunda.
Un largo camino
Lula es el primer obrero que se instaló como inquilino en el Palacio de la Alvorada. Sus dos gobiernos llevan la marca, principalmente, de la implementación exitosa de programas de distribución de ingresos.
Después de haber competido sin éxito en los comicios de 1989, 1994 y 1998, Lula llega a la Presidencia en el año 2002. Hace 20 años obtuvo el triunfo enfrentando a José Serra, del Partido de la Social Democracia Brasileña. En esa oportunidad, Lula fue acompañado en la fórmula por el liberal José Alencar, un empresario textil millonario.
Fue una alianza de centro que no logró los votos necesarios en la primera vuelta y ganó en la segunda, el 27 de octubre, con el 61,3%.
En 2006, Lula fue por la reelección con la misma fórmula y no logró los votos necesarios para ganar en primera vuelta, pero en segunda vuelta obtuvo el 60, 83%.
Su principal adversario fue Geraldo Alckmin, el mismo que hoy se convirtió en su vice.
Las “segundas” vueltas de la vida y de la política.
Las dos primeras presidencias de Lula marcaron una época de esplendor para la región, con fuertes liderazgos que se unieron en propuestas claras en defensa del bloque. Kirchner en Argentina, Evo en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Hugo Chávez en Venezuela.
El NO al ALCA, fue una de las acciones históricas que tuvo lugar en 2005 en la cumbre de Mar del Plata. En 2008 se constituye la Unión de Naciones Sudamericana (Unasur), “un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente, entre otros, con miras a eliminar la desigualdad socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados”.
En abril de 2018, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú decidieron suspender su participación en el organismo por tiempo indefinido y luego se sumaron a esta decisión Ecuador y Uruguay.
Hoy, el panorama es incierto. El mayor desafío de la región es lograr la Visa Libre para gobernar para y por el pueblo y, fundamentalmente, calmar las aguas turbulentas de sociedades partidas en dos, enfrentadas y con un grado preocupante de violencia.
El desafío es alumbrar el futuro para salir de la oscuridad del pasado. En este momento, no estarían dadas las condiciones.
Los resultados de ayer en Brasil son una alerta para la dirigencia de los partidos populares de Argentina, que deben mirar con atención las señales de una sociedad que no es la misma de la década pasada.